Jesús María, Culiacán.– Una “pasarela” de camionetas de lujo quemadas, destaca en la carretera que lleva a Jesús María, y el aroma a caucho y sangre no se puede ignorar.
Soldados apurados no dejan de escudriñar cada arbusto y maleza que pueda servir de escondite, y su actitud hace pensar que el peligro no ha terminado.
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En la última curva antes del arco de bienvenida, hay que zigzaguear para no chocar con una Ford F-150 Platinum que quedó entre los dos carriles de la carretera, junto a ella, cientos de cartuchos percutidos de fusil AK-47, que destellan en el camino con los reflejos del sol.
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“Por favor, no se adelanten. Manténganse en la caravana”, piden los elementos castrenses a los reporteros. Luego, otro efectivo del Ejército comenta entre dientes:
“O si se quieren morir, váyanse adelante”, silenció.
Ya en la sindicatura, una imagen baleada de la Virgen de Guadalupe, parece observar a los visitantes con mirada inquisitiva, algunos se persignan y hacen una mueca de disgusto al ver los disparos “blasfemos” en la figura religiosa.
La caravana de militares es recibida por gritos de rechazo de los habitantes de una ciudad herida, lastimada, luego de permanecer dos días incomunicada, sin energía eléctrica ni servicios.
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“¿Ya para qué?”, se escucha salir de una multitud anónima que se vuelve un manojo de risas nerviosas, esa actitud de alguien que ya perdió todo y no puede hacer más que reír.
“No nos mataron porque no quisieron”, dice un señor de gorra amarillenta, cuando se le preguntó cómo le fue durante el operativo de captura de Ovidio Guzmán. Porque para los que no conocen la calamidad de un enfrentamiento de sicarios contra soldados, es muy difícil comprender que un helicóptero artillado disparó indiscriminadamente durante varias horas sobre tu hogar, mientras unos jóvenes armados y con capucha se ocultan en tu cocina.
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La gente de Jesús María ya no tiene nada que perder más que su vida. Hablan del “Ratón” como el que a veces ayudaba pero no lo adoran, como se cree. Muchos se refieren a la “gente buena” y “gente mala” de la sindicatura, pero si se detiene uno a observar a un grupo de niños escandalosos jugando con los casquillos dorados del calibre .50, no se puede ser tan absoluto.
La atención se va a ir del pueblo, los muertos serán enterrados y los culpables encerrados. Llegarán nuevos protagonistas de los cánticos bélicos y notas policiacas, y su gente seguirá resistiendo, luchando contra la realidad que los golpea y los deja, siempre, en el fuego cruzado de una guerra que no eligieron.
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El aroma a quemado te escolta hasta al perímetro que acordonaron los soldados del Ejército Mexicano, una revisión desproporcionada y dejas atrás a Jesús María: el último bastión caído de un cártel que logró apoderarse, otra vez, de Sinaloa.