Érase una vez un pueblo feliz que vivía sin corrupción. Los habitantes de ese mágico pueblo contaban con la fortuna de un sistema de salud como nunca antes visto por la humanidad: medicinas, médicos y hospitales gratis en cada esquina. La violencia eran cuentos de terror para asustar a los niños. Las refinerías producían gasolina gratis para todo aquél que quisiera y la electricidad fluía sin que nadie tuviera que pagar un centavo por aquel servicio. Un trenecito feliz conectaba cada rincón de aquel maravilloso paraíso mientras todo el día sonaba música de Chico Ché en los hogares de la villa. Los pueblos vecinos envidiaban a rabiar aquel paraíso.
Morenonía era el nombre de la comarca más fantabulosa que el planeta jamás había conocido. Un día sucedió algo extraño. Los pobladores de Morenonia comenzaron a notar unos pequeños animalitos caminando por la calle y hurgando entre la basura. Parecían ser mapaches, tlacuaches y roedores. Eran muy pocos; sin embargo, resaltaban inmediatamente entre la pulcritud de la ciudad. Preocupados, los morenonios convocaron a una reunión. El pueblo bueno determinó que debían hacer algo al respecto antes que la plaga se extendiera aún más. Decidieron adoptar a esas criaturas. Los alimentaron y cuidaron para evitar que sus prácticas salvajes deterioraran en lugar. Los animalitos se dejaron querer y cuidar. Con el tiempo, los mapaches, roedores y tlacuaches comenzaron a crecer en número.
Los morenonios tuvieron que convocar a una segunda reunión. Era tiempo de terminar de tajo con aquel problema. Lanzaron una licitación transparente y sin corrupción para contratar a quien pudiera resolver el problema con utilidades moderadas. Una señora de nombre Claudia ganó la licitación. Hubo otros participantes, pero el alcalde de Morenonia decidió que la señora parecía buena persona y le entregaron el contrato sin hacer mucho caso a los otros participantes.
Claudia era una flautista que hipnotizaba a las alimañas con melodías tropicales. Al parecer era discípula del alcalde del pueblo. Imitaba a la perfección las tonadas que su maestro dictaba. La música se puso manos a la obra. El plan para deshacerse de las alimañas de la iluminada ciudad era muy simple: la flautista hipnotizaría a los animalitos para sacarlos danzando de las murallas de Morenonia.
Los preparativos comenzaron. Hubo una petición de la contratista. Pidió salir de Morenonia unos cuantos días para preparar la tarea encomendada. Le entregaron una flauta de mando y salió de la ciudad con rumbo desconocido. Los días pasaron y Claudia no regresaba. Los habitantes se impacientaban. Las alimañas cada día crecían más. Algunos de los mapaches ya no eran mascotas. Crecieron tanto que hasta fueron contratados para manejar negocios dentro de la alcaldía de la ciudad. Se convirtieron en mapaches del bienestar.
Después de una espera de semanas, a lo lejos se escucharon las notas tropicales de la hermosa balada “¿Quién Pompó?”. Cada vez se escuchaban más cercana la melodía. Era Claudia la flautista que regresaba triunfante. La sorpresa llegó detrás de la contratista.
Los morenonios quedaron petrificados ante la imagen presentada a sus ojos. Detrás de la contratista se alzaba una fila de kilómetros de mapaches, roedores y tlacuaches danzarines. La fiesta de las alimañas era impresionante. Claudia tocó las puertas de Morenonia para solicitar entrar.
Desde luego que las guardianas detuvieron el paso, pero la voz del alcalde del pueblo permitió entrar a la flautista y su comitiva. Nadie lo podía creer. Protestaron; sin embargo, el pueblo bueno tuvo que aceptar el mandato de su gobernante. Los animalitos entraron de la mano de Claudia a Morenonia.
Claudia explicó que era más fácil controlar a los animalitos si vivían entre ellos. La opción de dejarlos fuera de Morenonia no era la adecuada. Los mapaches y demás alimañas tenían experiencia que debía ser aprovechada. La flautista argumentó que todos eran hermanos. Lo realmente importante era evitar que el pueblo Prianotilán los invadiera. Era urgente utilizar a los roedores recién adoptados del monte para atacar a los pueblos neoliberales vecinos. El paraíso morenonio tendría que hacer sacrificios para derrotar a los prianistos.
Los años pasaron. Los prianistos fueron derrotados. Morenonia fue infestada por ratas de gran tamaño. Los mapaches se quedaron con la alcaldía. Los prianistos emigraron a Morenonia y se quedaron con las casas de los habitantes originales. Los mapaches continuaron bailando bajo la mirada complacida de las estatuas de los héroes que les dieron un hogar: Claudia la flautista y el alcalde de Morenonia.
¿Usted qué opina amable lector? ¿Le gustó el cuento?