Al leer el libro más reciente del escritor, Juan Villoro, de nombre La Figura del Mundo, me encuentro con un capítulo del libro que por el nombre me pareció interesante: La taquería revolucionaria. El libro es una especie de biografía del filósofo Luis Villoro, autor de por lo menos de dos textos clásicos: Los grandes momentos del indigenismo en México y La Revolución de Independencia.
En uno de los aniversarios de RIODOCE, el periódico invitó como conferencista a Juan Villoro. Fue en ese evento cultural cuando conocía Juan Villoro, después compartimos los sagrados alimentos en un restaurant de la localidad, y hablamos de un origen común: el PMT
Cuando viví en la CDMX en los años 1988-1991, acostumbrada a ir a cenar, de vez en cuando, a una taquería que estaba ubicada por Pilares y avenida Coyoacán en la Col. Del Valle, de nombre el Hostal de los Quesos.
Al leer el libro me entero del origen y el propósito que dio origen a esa taquería. Fueron el Ing. Heberto Castillo y Luis Villoro quienes la fundaron.
Parte de este relato es el siguiente:
“El impulso de modificar la realidad llegaba a Heberto antes que los planes. Ese entusiasmo lo llevó a fundar un negocio con mi padre. De manera previsible, el punto de partida fue una reflexión sobre el nacionalismo.
Según mi recuerdo, explicó que en la cárcel de Lecumberri había compartido crujía con unos taqueros de excelencia. Ellos ya habían sido liberados y necesitaban trabajo. El PMT estaba falto de recursos y la taquería podía ofrecer una plataforma económica para transformar el país. A mi padre esto no sólo le pareció lógico sino imprescindible.”
“Lo cierto es que Heberto nos reunió en un jardín a probar los tacos de sus amigos. Fue quien más comió, contando anécdotas a partir de cada ingrediente. Mi padre lo escuchaba sin decir palabra. Todos eran tacos de guisados: tinga, rajas con mole chicharrón en salsa verde…”
“Mi padre invitó a Heberto a una de sus sesiones privadas de Comité Central, sacó la libreta en la que anotaba el orden del día y el ejemplar de El Capital donde anotaba sus gastos. En presencia de sus hijos comentó que estaba dispuesto a poner el patrimonio familiar al servicio de la clase obrera, pero no excluía la autocrítica: había que cambiar de taqueros.”
Como siempre, Heberto encontró una solución un poco loca: incluir a un parrillero que no había estado en Lecumberri, pero que rebanaba la carne como si ameritara la máxima sentencia. Los tacos de guisado podían coexistir con el trompo de pastor.