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El vagabundo, las piedras y los migrantes

A simple vista, se reflejaban en el hombre aquel los estragos del cansancio, el hambre, y la insolación que sin duda habría sufrido en los últimos...

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A simple vista, se reflejaban en el hombre aquel los estragos del cansancio, el hambre, y la insolación que sin duda habría sufrido en los últimos días de ese cálido y lejano verano.

Su caminar era lento y en ocasiones daba la impresión de que cada paso que daba sería el último de su pobre y sufrida existencia.

Era tan deprimente el aspecto de aquel extraño individuo, que hasta los perros, que echados se sombreaban en los portales de las casas del rancho, optaron por ignorar su presencia.

Debo advertir, que ha sido esa, la única vez que he podido observar un acto discriminatorio de la perrada de un rancho para con una persona extraña y estrafalaria que osara pasar por su contorno.

Y es que, según mis recuerdos, se miraba tan jodido el citado personaje, que ninguno de los perros del caserío se preocupó en dirigirle más de un pálido y desinteresado GUAU.

“Ese cabrón se va morir solo, y en cualquier momento, así que no se merece nuestros aguerridos ladridos”, tendrían que haber pensado forzosamente ese día los canes; Claro, si la naturaleza les hubiera otorgado el privilegio de la inteligencia y el don de poder razonar sus ideas.

Por ello, resultó que de manera pausada el extraño personaje siguió avanzando sin pena ni gloria por el centro de la calle principal de Capomos, mi pequeño y bien recordado pueblito de origen.

Ignoro, si la historia que hoy describo tenga alguna relación con el famoso corrido de “El Caballo Blanco” que escribió y cantó exitosamente José Alfredo Jiménez, ya que la similitud entre la hazaña del corcel tapatío, con el polémico visitante del que hoy me ocupo, es destacable.

Y mire usted si no es así; El tipo, según narraría horas después ante el interrogatorio de mi abuelo Reyes Ojeda, había salido de Guadalajara con destino a la frontera norte del País.

Y según, su propia narrativa, tenía varios días caminando a paso muy lento, arrastrando los pies, y con una extraña hemorragia que se desprendía de las comisuras de sus labios… recuérdese que el caballo blanco traía el hocico sangrando.

Y lo destacable de las cosas; es que ni el animal ni el humano, quisieron echarse hasta llegar a su destino.

El equino pretendía, según reza la canción, llegar hasta Ensenada, y el vagabundo, hasta una enramada, en éste caso, la de nuestra casa.

Y fue precisamente mi abuela, quien atisbando por una de las claraboyas de la rústica cocina de la vieja casita de adobe donde vivíamos, observó aquella lejana tarde, la llegada del inédito visitante.

“Oye viejo, ven para que veas el “espanta pájaros” que nos acaba de llegar”, dijo entre dientes, y con el peculiar estilo que le caracterizaba, a mi muy recordada “Nana Nelia”.

Ante el llamado, mi abuelo se deslizó por entre los hornillos de la cocina para observar a quien había llegado a romper la monotonía de nuestro hogar.

“¿Qué se ofrece buen hombre?, gritó mi “Tata”, entre saludando y preguntando, desde el interior de la casa.

Ante la nula respuesta lograda, el casero alzó la voz e increpó de manera más fuerte y agresiva al presunto vagabundo.

“Te pregunto que, si quién cabrones eres…Que buscas aquí… y de donde jodidos saliste”, refunfuñó el viejo.

La respuesta, aunque poco sonora, se pudo escuchar entonces con absoluta claridad; “Soy Pedrito…Vengo del pueblo de Ameca… Hace tres días que no como, y traigo mucha hambre, expuso el caminante.

“Mira nomás, que buena chingadera nos “trais” a la casa…Hambre, como si la que hay en el rancho no fuera suficiente”, dijo en voz baja mi Tata.

Informó el hombre en su auto presentación, que venía viajando de “trampa” en el tren de carga, y se había caído entre las vías, causándose serios golpes e incluso aseguró no saber el lugar, dónde se encontraba.

Enseguida, el andrajoso personaje, dirigiéndose a mi abuela, le hizo la consabida petición; “Tengo mucha hambre Doñita, y necesito que me preste solo la lumbre de sus hornillas pa’ calentar un “lonchecito” que traigo aquí en mi morral.

Imposible negar que por solidaridad, más otro poquito de curiosidad por saber el tipo de despensa que aquel estrafalario pudiera traer en una vieja bolsa de mecate ixtle por portaba, se apoderó de mis abuelos.

¿Qué es lo que quieres calentar?, preguntó entonces mi abuelo, permitiéndole el paso al interior de la vivienda, pero, sin quitarle la mirada de encima al originario del pueblo de Ameca Jalisco.

En el acto, el percudido sujeto sacó de la bolsa un pequeño envoltorio de papel, y al desenvolverlo dejó al descubierto el menú que esa tarde-noche habría de degustar.

Se trataba de un puñado de piedras, cuyo tamaño no era por mucho mayor al de las tradicionales canicas con que yo en esos tiempos de mi infancia estaba muy familiarizado.

¿Qué es eso hombre?, casi gritó entre asombrada e inquieta la abuela, al observar los objetos pedrosos.

“Es todo lo que tengo “Señito”; Todo lo que yo he estado comiendo desde hace tiempo mi viejita”, le respondió en tono humilde y con los ojos humedecidos por un supuesto e incipiente llanto.

Y agrega el sujeto demarras, en tono todavía más dulce y emotivo; “Si me puede prestar una cazuelita, y una poquita de manteca para guisar las piedritas, se lo agradecería mucho”…Y tantita sal, pa’ quitarle lo desabridas a las roquitas, si me hace el favorcito.

Pero, las peticiones del viajero se estaban multiplicando cada vez más conforme la cazuela se calentaba. “Se me están antojando unas sopitas de piedra dijo el vaquetón, al tiempo de santiguarse con singular humildad y pedir las necesarias tortillitas.

Pero, el pliego petitorio del émulo de El Caballo Blanco, no paró ahí, ya que también quiso aderezar el guisado con una pisca de cebollita, un tomatito, y si la bondad de la abuela se lo permitía, algún huevito que le pusiera un poco de sabor a la redonda pedrería.

Los comestibles le fueron proporcionados, por lo que, ya listo el guiso, el trotamundos sugirió una tacita de café, para que las piedritas no se le atoraran en el “buchi”, según sus propias palabras.

Cubierta toda la demanda del forastero, finalmente las piedritas quedaron cocinadas, listas y servidas en un plato de peltre dispuesto en la vieja mesa de madera que hacía las veces de comedor familiar en nuestro hogar.

Y alrededor de la mesa todos; Viejos y plebes atentos para ver la manera en que el hombre que vino del tren, masticaría y se tragaría el puñado de piedras.

Sin embargo, el chasco que aquella tarde-noche nos llevamos los miembros de la familia fue de interesantes proporciones.

Y es que el percudido vaquetón, se devoró ávidamente las sopas de tortillas, el huevo, los frijoles, la verdura aplicada, mientras, entre chupetes y rechupetes, estuvo cachando en una de sus manos cada una de las piedritas que iba expulsando desde su insaciable boca.

Al final, tras un breve eructo, el vagabundo se levantó de la mesa, y dirigiéndose a mi Abuela le dijo; “Mire, doñita, me sobraron las piedritas, las voy a guardar para el desayuno de mañana.

 Acto seguido, sin mayores preámbulos emprendió su gloriosa retirada.

Cuando mi iracundo abuelo regresó con una vieja pistola tipo revólver con intenciones de cobrar la afrenta, el sujeto ya había desaparecido por entre los matorrales, aprovechando la oscuridad que se había hecho presente aquel lejano día de un mes de julio.

            LOS ESTAFADORES SIEMPRE ESTÁN AL ACECHO.

Mi relato antes expuesto, es con el propósito de alertar a la gente de buena voluntad sobre los cada vez más numerosos de estafadores que buscan agenciarse de recursos económicos a base de engaños y falsas promesas a personas de buena voluntad.

Extorsionadores telefónicos y bandidos de todo tipo acechan en las ciudades, pueblos, y colonias populares, buscando siempre cazar al ingenuo que habrá de satisfacer su insaciable apetito delictivo.

La última evidencia de fraude y extorción acaba de ocurrir en el norte de nuestro Estado de Sinaloa, con la estafa sufrida por cientos de personas a manos de falsos enganchadores de migrantes, a quienes les habían prometido llevarlos a trabajar en la Unión americana.

Los reclutadores de migrantes para Estados Unidos, vienen operando desde hace muchos años a lo largo y ancho de nuestro País, dejando sin dinero y con las ilusiones rotas a miles de mexicanos… Así las cosas en nuestro querido México…Nos vemos enseguidita.

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Armando Ojeda Camacho

Armando Ojeda Camacho

Armando Ojeda Camacho

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