En el arte de contar historias, el cine tiene la virtud de crear todo tipo de discursos y narrativas, recreando e innovando con lo visual y lo temporal. Actualmente somos bombardeados visual, narrativa e ideológicamente -en cualquier tipo de medio de comunicación visual- con superhéroes y comedia simplona y soez; acostumbrando a nuestra sensibilidad a lo inmediato y simplón. Las cintas precursoras de cada género se están vertiendo al drenaje del olvido. Filmes que fueron pioneros en la experimentación de técnicas -aunque sus posibilidades eran limitadas-, colocaban su creatividad y manera de contar historias como prioridad en despertar la curiosidad y mover el corazón de un público ávido de relatos, que, en el arte de la captura del movimiento, proporcionaba al espectador dentro de las salas cinematográficas una ilusión, un recuerdo o un sueño por vivir. Hoy todo eso lo han diluido en el Streaming y en la pantalla de un celular.
Cinema Paradiso… cualquier cuadro de esta cinta es un reflejo propio de nuestra vida. Nos cita, nos muestra y nos exhibe. Acudimos a la función en la que todos somos como Dios con la vida: unos voyeristas de vocación. Asistimos en comunidad a ver esas historias que bien podrían ser nuestras o que deseáramos que así fuesen. Y tal vez el éxito y el gusto de este llamado invento del siglo -el cinematógrafo- radica en esa esencia: contar y ver historias. Cinema Paradiso nos muestra eso y más: El cine dentro del cine.
A modo de la terca memoria, el director de cine Vito Salvatore es sorprendido con la noticia de que un amigo de su infancia ha muerto. De pronto, como una imparable avalancha los recuerdos se hacen presentes como si el pasado se hubiese congelado en una lata donde se ponen las cintas del cinematógrafo. Es la vida a partir de la experiencia del cine; es el cine como experiencia de vida; es la experiencia de vivir el cine.
Somos testigos no sólo de los recuerdos de un hombre con su pasado; es el pasado enmarcado en la realidad de un pueblo donde el cinematógrafo ha cambiado la percepción sobre la vida, y en algunos momentos admirarla como el mejor de los mundos posibles. Por momentos es menos cruda la vida en la pantalla que la existencia misma; sin embargo, hay ocasiones donde el cine no alcanza a explicar lo que realmente es este término.
En la memoria de Vito Salvatore somos testigos de la importancia del cine como una fábrica de esperanzas; el deseo de ver en el cine un beso es muestra de ello. Son los tiempos de la guerra y del nuevo orden mundial… y también son los tiempos del amor. La vida transformada por el cine lleva al joven director a mirarse como el protagonista de su propia película que indirectamente nos está mostrando. “Si la vida fuera tan simple como una película”.
Si en la historia antigua el nombre de Helena de Troya movió ejércitos, en Cinema Paradiso Elena va a mover el corazón de Vito Salvatore. Es la experiencia del amor la que le va a mostrar que la vida humana bien puede ser una película que no siempre tiene el mejor de los guiones y por consecuente el mejor de los finales.
Alfredo, el “cácaro” o proyectista del Cinema Paradiso, será su tutor no sólo dentro de la cabina del Cinematógrafo sino también de la vida. “Totó yo elijo a mis amigos por su aspecto y a mis enemigos por su inteligencia”. El viejo Alfredo ha hecho como práctica de vida citar a los grandes del cine, lo que un intelectual hace con los libros él lo hace con el cine.
Toda esta historia sería bastante llana de no ser por la excelente banda sonora. La música es un personaje central. Ennio Morricone nos lleva al pasado y a la nostalgia por creer que los tiempos pasados tenían algo mejor que nuestro presente. La cinta junto con la música nos lleva a la patria primera: la infancia. Esa tierra donde uno podía ser invencible, creador de mundos y de historias. El cine como una ventana al mundo. Y la Música (así con mayúscula) un personaje eje de esta historia.
Cinema Paradiso es una historia de amor. Amor por lo que se hace; y nosotros amamos al cine. Alfredo a Toto: “Hagas lo que hagas ámalo, como amabas de niño la cabina del Cinema Paradiso”. La música, la imagen, el guion, la interpretación; todo esto en conjunto hacen de esta película no sólo un homenaje a los clásicos del cine, sino que nos hace entender que desde sus inicios este séptimo arte se ha convertido en un refugio donde comunitariamente nos miramos todos. Somos por minutos una misma identidad cultural y existencial, esto es, en un sentido de otredad e individual. Toda identidad de un cinéfilo remite a una cultura que transforma el tiempo en historia y la historia en cine.
La vida es esa película donde a veces no reconocemos que somos los protagonistas de la misma, que al final cuando salen los créditos nos damos cuenta que nuestra historia la compartimos con el jardín de lirios de la otredad; o ellos con nuestros ángeles y demonios de pastorela, el orden no importa; al final, todos somos personajes efímeros de la gran pantalla de la vida.