Culiacán, Sin.- El reloj apenas marcó las 3:00 horas y la chicharra sonó. La escuela, lejos de vaciarse, vio cómo su patio central se llenaba de estudiantes. Alineados al frente el maestro comienza a darles indicaciones. Las trompetas, las tubas, las tarolas, la tambora, el saxón, todos. Y se forman. Como si se tratara de un mago, hace una seña con su mano derecha. La cierra formando un puño y la mueve. Todos en silencio.
Son los alumnos de música del profesor Víctor Manuel Rubio, quien desde 1990 enseña música regional sinaloense a estudiantes en el municipio de Mocorito. La banda que está a punto de dirigir se llama “La Milagrosa”, y explica su origen.
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“Cuando el Covid vino y nos encerró a todos, nos confinó, porque pues teníamos que cuidarnos, se paralizaron las economías, las actividades y la enseñanza musical también se paró, pero teníamos nosotros que continuar, el proceso de enseñanza no se paró, nos íbamos de manera virtual”.
En medio de la pandemia la enseñanza no se detuvo. Mucho menos la pasión por aprender música. El sonido de cada uno de los instrumentos de viento y percusión que significan una banda sinaloense superaron al virus. Y el nombre de la banda, según Víctor Rubio, se lo ganaron. Son “La milagrosa”.
“Entonces por eso optamos en ponerle banda ‘La milagrosa’ porque fue un milagro, y a la gente le ha gustado el nombre y la historia”.
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Los jóvenes músicos vienen por diferentes motivos: por vocación, por herencia o simplemente porque aprender representa un sueño. A veces se conjugan los tres motivos, hay ejemplos.
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Es hora de tocar. El profesor Víctor da unas indicaciones, hace unas preguntas. Lo hace a modo de explicación. Una madre busca a su hijo y su hijo le responde a lo lejos. Acomoda a un par de trompetistas en un costado de la línea y al resto los deja formados con los demás de sus compañeros.
Reanuda la explicación. La mamá lo empieza a llamar con la trompeta y el hijo le contesta. Lo describe como un diálogo precioso acerca del instinto maternal que se asoma en la pieza. La canción es delicada, explica, no hay que agredirla, tocarla como debe de ser, sin más arreglos que los que la nota precisa.
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Y entonces comienza a sonar. La banda retumba. Las madres y padres de familia se alinean alrededor de la formación de los jóvenes músicos. Ahí, en lugar de reunirse para ver partidos de beisbol o de futbol, lo hacen para mirar a sus hijos ensayar. Los admiran, los escuchan.
El compás es inconfundible para cualquier sinaloense. Son las notas de “El Niño Perdido” y los jóvenes músicos las ejecutan con tanta pericia como con pasión. Lo traen en la sangre, es algo en el aire. Es el trabajo de más de 32 años de Víctor Manuel Rubio que se reanuda en Mocorito con cada nuevo estudiante.