Llega el verano con sus playas, terrazas y actividades al aire libre que nos permiten disfrutar del sol que tanto hemos echado de menos durante estos meses de cierres y pandemia. Pero el sol puede ser aliado y enemigo a la vez, y es el causante de la mayor parte de casos de cáncer de piel.
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El cáncer de piel se produce por el crecimiento anormal y descontrolado de las células cutáneas, que se han alterado debido a la acción de la radiación ultravioleta (UV), por eso se suele manifestar con mayor frecuencia en las zonas de piel expuestas al sol.
Tal y como explica la AECC, los principales tipos de cáncer de piel son el carcinoma de células basales, que es el más frecuente y suele aparecer en cara, orejas, hombros y espalda; el carcinoma de células escamosas, que supone hasta un 20-25% de los tumores malignos cutáneos y tiene el aspecto de heridas con costra y bordes elevados que sangran fácilmente; y el melanoma, mucho menos frecuente que los otros pero con un comportamiento más agresivo ya que puede llegar a invadir el tejido sano que lo rodea y extenderse a otras partes del cuerpo, y eso hace que su tasa de mortalidad sea más elevada.
La mayoría de los melanomas se originan en la piel, por ejemplo, en el tronco o en las extremidades, pero también pueden aparecer en otras partes del cuerpo como la mucosa de la boca, del recto o de la vagina, o en el interior de los ojos. Para diferenciarlo de un lunar normal, podemos guiarnos por las reglas del ABCDE: Asimetría, Bordes, Color, Diámetro y Evolución.
De hecho, el melanoma está asociado a episodios de quemaduras solares acumulados a lo largo de la vida, por lo que el riesgo de padecer este tipo de cáncer se incrementa notablemente con la edad.
“Más del 80% de los casos de cáncer de piel, melanomas o carcinomas, se podrían prevenir evitando una exposición excesiva al sol”, según el Institut Català d’Oncologia.
La AECC recomienda que no nos expongamos al sol innecesariamente, especialmente en las horas centrales del día (entre las 12 y las 16 horas), y todavía menos en verano. Los dermatólogos de la Fundación Piel Sana de la AEDV coinciden además en que, para protegernos, conviene que utilicemos ropa de trama tupida, preferiblemente de algodón y color oscuro.
Hay que buscar la sombra en la medida de lo posible y utilizar complementos que actúen de barrera, como gorras, sombreros de ala, pañuelos o las gafas de sol con clasificación UV. Árboles, sombrillas y toldos también pueden ser buenos protectores, pero si los utilizamos debemos tener mucho cuidado de no quedarnos dormidos al sol.
La principal sugerencia para prevenir la aparición del cáncer de piel, repetida hasta la saciedad aunque siga habiendo personas que no la hayan interiorizado, es el uso de protector solar. Se debe aplicar durante todo el año, no solo en la playa, en la piscina o en la montaña, ya que las quemaduras solares no entienden de estaciones y pueden aparecer en cualquier contexto. Incluso en un día nublado, y en un entorno urbano, podemos sufrir una quemadura.
Asimismo, todos los expertos nos recuerdan que, en verano, debemos empezar a tomar el sol de manera gradual y utilizar un fotoprotector solar adecuado a cada tipo de piel y a cada zona específica del cuerpo, con un SPF igual o superior a 30, y con cobertura de rayos UVA y UVB.
Hay que aplicarlo con la piel limpia y seca –sin olvidarse de los labios, las orejas y el cuero cabelludo – y en cantidad suficiente, un rato antes de la exposición. No olvidemos que el protector solar empieza a hacer efecto alrededor de media hora después de su aplicación y solo dura entre dos y tres horas. Por eso, conviene volver a aplicar el protector en abundancia y de manera uniforme pasado ese tiempo, después del baño o si se suda mucho. Por último, un falso mito que conviene desmentir: estar moreno no protege. Tal y como sentencian desde la AECC, “equivaldría a un FPS 3-4, es decir nada”.
Con información de La Vanguardia