De las numerosas historias contadas en la vida, hay algunas que cuelan tanto en la memoria colectiva de varias personas que ahora forman parte de la cultura popular, inmortalizadas con el tiempo sean el impacto generado en nosotros, o en el paso de los años, estas se hayan hecho múltiples adaptaciones reinventando su narrativa.
“Las aventuras de Pinocho” se posicionan como una de esas obras referente en la literatura universal después de que Carlo Collodi escribiera una novela serializada entre 1882 y 1883. Más tarde sería llevada a la pantalla grande por primera vez en 1911, aunque la versión de Disney es la más emblemática del muñeco.
La película se presentó con momentos divertidos y mágicos (si podemos llamarlo así llegados a la parte de la Isla de los Juegos) donde la música desempeñó una labor de ingenio durante el largometraje junto a lecciones morales para los niños, resultando curioso si uno va a la historia original o de cualquier cuento clásico infantil, siendo un poco tétricas debido la naturaleza en la que fueron concebidas. A su manera, cumplían en ofrecer un mensaje y aprendizaje a los más chicos en su paso a la adultez.
Hoy se conoce más de una veintena de versiones conocidas del títere, de las cuales entre 2019 y 2022 tuvimos cuatro películas de Pinocho. La primera es la cinta italiana protagonizada por Roberto Benigni en live-action, las otras se tratan de una ignorada animación rusa, el remake de Disney plus y la reciente adaptación libre de Guillermo del Toro.
Parece complicado presentar una historia que sabemos cómo empieza y cómo termina, pero el director mexicano supo darle una vuelta de tornillo al famoso títere, impregnándolo de fragilidad humana y tonos oscuros a una película de animación en stop-motion. Una alternativa visualmente impresionante a diferencia de otros Pinochos, con una estética única en referencia a los elementos que estamos acostumbrados en la filmografía de del Toro. Solo que esta vez nos traslada a una cinta animada en compañía de la dirección del veterano del stop-motion: Mark Gustafson, contando un guion escrito por del Toro, Patrick McHale y Matthew Robbins.
Fue todo un sueño de Guillermo traer su visión de Pinocho al cine desde que lo anunció en 2008, pasando quince años para, finalmente, salir a la luz, tallando una historia íntima desde que conoció la cinta de Disney cuando era niño, al lado de su madre.
La premisa empieza con Sebastián J. Cricket que narrará los eventos como testigo en una Italia fascista alrededor de 1930, viendo a Geppetto en medio del luto por la pérdida de su hijo Carlo después del bombardeo accidental de unos aviones militares sobre su pueblo. Las heridas siguen presentes en el carpintero, recurriendo al alcohol para lidiar el sufrimiento en su corazón.
En medio de su borrachera Geppetto corta un pino plantado cerca de la tumba de Carlo (y hogar del grillo), de su madera lo convierte en un muñeco con calidad de Frankenstein, pues bajo el influjo de la bebida, Pinocho es producto del dolor, negación y tristeza de un padre que no supera la muerte de su niño. Pero un espíritu del bosque, atraído por los sentimientos del hombre, otorga vida a la marioneta para que este traiga alegría y sentido a un padre afligido hasta sus últimos días. Al salir el sol, Geppetto y Pinocho comienzan un viaje de horror, belleza y más.
La crudeza de estas situaciones iniciales nos hace entender algunos de los conceptos que se enfocará la versión de del Toro, destacando la mortalidad y la importancia de la vida antes de conocer a su contraparte, cosa que deberemos afrontar sea de un ser querido o de nosotros mismos, porque nuestro tiempo de existir es tan breve que dejaremos de andar en la tierra antes de darnos cuenta.
Así como las expectativas y decepciones entre padres e hijos, cuando Geppetto desea que su salvaje hijo de madera sea alguien obediente en su intento por inculcarle ideales imposibles a un ser inclinado a la libertad e individualidad humana, desarrollando el mensaje de la desobediencia a consciencia como virtud. Misma que es considerado como amenaza frente a instituciones o personalidades cuyas mentalidades les hacen creer por su posición de poder que pueden controlar a los demás, incapaces de soportar aquellos que cuestionan los dogmas impuestos a una sociedad.
Toda una odisea al tiempo que va sobre la identidad de uno mismo, donde al final no hay necesidad de cambiar lo que nos caracteriza y hace sentirnos únicos tal como somos para ser aceptados por otros.
Es significativo que Pinocho sea la primera película de animación dirigida por del Toro, aunque sus incursiones en este ámbito hayan sido en trabajos anteriores como productor o asesor creativo. Sobre todo, por el estilo de animación utilizado y su insistencia en que éste es parte del arte, del cine, no un género ni subgénero hecho solamente para niños de acuerdo a la creencia de las personas quienes infantilizan a la audiencia. Entendiendo que dentro de la animación cuadro por cuadro existe un vínculo creativo y emocional entre animadores y marionetas. Una cinta creada con el alma de las personas que creyeron en el proyecto, en la historia y valores, en el propio formato de la animación desde su forma más primordial.
Si ya has visto esta nueva versión del niño de madera, ¿qué te pareció el largometraje, amigo lector? De no ser así, trata de hacer tiempo durante el día y vela, está para aplaudir.