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Soberanía del Chapopote

Relucientes, majestuosas, imponentes lucían estampitas de Tata Lázaro en nuestros trabajos de primaria que conmemoraban la sacrosanta Expropiación Petrolera. Muchos recordamos tomar los rollos de cartón del papel...

Juan Ordorica
Juan Ordorica | Analista y columnista Línea Directa

Relucientes, majestuosas, imponentes lucían estampitas de Tata Lázaro en nuestros trabajos de primaria que conmemoraban la sacrosanta Expropiación Petrolera. Muchos recordamos tomar los rollos de cartón del papel de baño y los palitos de paleta que nos servían para hacer nuestras refinerías o torres de extracción petrolera en maquetas que llevamos orgullosos a nuestras escuelas. El culto al petróleo nos fue inculcados desde pequeños. El ritual de adoración al chapopote como fuente de soberanía nacional fue taladrado en los genes de las y los mexicanos desde mediados del siglo XX. Varias generaciones crecimos con el mito que el petróleo y la Nación eran seres indivisibles.

Nuestro propio presidente fue víctima de la propaganda revolucionaria en su niñez. Creció bajo la tutela del nacionalismo del chapopote. Llevó el culto a Cárdenas a casi una religión. La prueba está en el evento del pasado sábado 18 de marzo; bajo el pretexto de la defensa al petróleo, reunió a sus simpatizantes para bañar a la bandera en hidrocarburos y hacer frente a los Massiosares que están prestos a invadirnos para quitarnos nuestro preciado chapopote.

Es verdad que el petróleo fue la más importante fuente de financiamiento para el gobierno mexicano por más de 70 años. También la exportación de hidrocarburos se convirtió en la principal fuente de divisas para el país; sin embargo, la “bendición” petrolera fue, al mismo tiempo, el origen de nuestros desequilibrios presupuestales.

El gobierno revolucionario decidió que no molestaría mucho a los ciudadanos con sus impuestos y los ciudadanos decidieron que los políticos tenían al petróleo como su fuente principal de corrupción. Fue un acuerdo tácito que sirvió por muchas décadas. Unos no cobraban impuestos y los otros se hacían la vista gorda a cambio de no ser molestados. Llegaron las crisis petroleras y las cosas cambiaron. El gobierno comenzó a cobrar impuestos y la ciudadanía ya no estuvo de acuerdo en que les robaran. Fue el principio del fin de los revolucionarios.

México evolucionó y dejó de ser adicto al petróleo. Hasta que el pasado nos alcanzó y los actuales gobernantes decidieron que el petróleo tenía que regresar a ser la savia vital de su movimiento ideológico. Al principio soñaron con el renacer de toda la industria. Creyeron que era cuestión de hacer unos cuantos pozos para que los desechos del carbonífero brotaran del suelo a borbotones.

La realidad los trajo de regreso. Se dieron cuenta que no era tan sencillo o abundante contar con chapopote en el corto plazo. Tuvieron que inventar otro cuento. A mediados del sexenio decidieron que la soberanía ya no estaba en el chapopote. La soberanía era cuestión de gasolinas.

La nueva patria estaría cimentada en un pantano tabasqueño y en la marisma de Dos Bocas.

Además, en un golpe de ironía, una refinería en Estados Unidos fue sublimada casi al retorno de Texas a territorio nacional.

PEMEX tiene casi todo el sexenio reportando pérdidas. El modelo petrolero mexicano en los tiempos actuales demuestra ser una carga ideológica que termina siendo una carga fiscal para las y los mexicanos. Pasamos de ser mantenido por PEMEX a mantener a PEMEX.

Es paradójico que la refinería que fue adquirida en Texas sea de los pocos activos de la paraestatal que reporta utilidades; sin embargo, las utilidades obedecen a que Deer Park no funciona con las reglas de PEMEX. Los trabajadores de la refinería texana no están contratados bajo las mismas condiciones que los trabajadores en México. Los contratos colectivos son diferentes para los texanos que para los mexicanos. Si Deer Park trabajara con los contratos tradicionales de PEMEX tampoco tendría utilidades. En pocas palabras, Deer Park genera ganancias porque es operada como una empresa neoliberal, mientras que el muy nacionalista PEMEX es un lastre para el desarrollo de la nación.

Utilizar al chapopote para aprestad el bridón es muy tentador. Millones de mexicanos no podemos desaprender la propaganda que la SEP nos tatuó en el cerebro. Los gobiernos nacionalistas utilizaran cualquier pretexto para mantener viva su ideología. Hoy el mito del petróleo se muere, pero ahí viene el nuevo chapopote. Pasaremos de oro negro a oro blanco. López Obrador pretende sumarse a las estampitas de Lázaro Cárdenas y que la niñez mexicana de las próximas generaciones tomen el talco de sus casas para construir minas de litio soberanas. La realidad es que la Patria y Soberanía son mucho más grandes que un barril de chapopote o una batería para celular, pero siempre será más fácil defender al petróleo y a litio que gobernar con resultados.

¿Usted qué opina amable lector? ¿El chapote soberano nos hace más mexicanos?

 

Fuente: Internet

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