Existe en México un fetiche especial por un tipo muy particular de político. Una buena parte de analistas, militantes, políticos y ciudadanos de viejo cuño consideran que un buen político debe de tener maneras cuidadas, voz melosa y mano izquierda (sea lo que eso signifique). Durante décadas, el PRI se dedicó a fabricar en serie a ese tipo de políticos. Parecían clones de Don Vito Corleone: mafiosos de buen gusto y palabras suaves.
Ricardo Monreal es producto de esa escuela. Lo mismo que el secretario de gobernación, Adán Augusto López. Para fines prácticos, esta columna analizará de manera particular al primero de ellos. Monreal viene del PRI. Desde su juventud fue formado en las prácticas dictatoriales de conservar el Poder a como diera lugar. Nunca se quejó de los fraudes. Fue partícipe en varios de ellos, pero siempre cuidando las formas bonitas de hablar en publico y acomodarse de manera ladina al mandamás en turno. El PRI hizo cosas del PRI y prefirió empoderar a otros lambiscones antes que a Monreal. El señor Ricardo recordó que la dignidad es una buena herramienta de ventas para la enorme mayoría de la población y se vistió su traje de indignado para huir del PRI en busca de nuevos espacios en los cuales reptar.
El actual líder de la bancada morenista encontró en el obradorato su nueva casa. En una relación amor- odio. Llegando a acuerdos corleoneanos con Andrés Manuel fueron construyendo un camino al Poder. No son amigos: Son socios. Ambos se han necesitado en algún momento; por eso se toleran. En muchas ocasiones han estado a punto de romper, pero ninguno se atreve a reventar la liga. Entre gitanos de la antigua escuela priista no se leen las manos.
Algunos dicen que Ricardo Monreal es un camaleón de la política. Difiero. Si de comparar con animales se trata, el senador zacatecano está más cerca de ser un ofidio (vil culebra) que de un simpático camaleón. Monreal no solo cambia de color, también cambia de piel como las serpientes. Al inicio del sexenio, el senador era uno de los legisladores más jacobinos del bloque morenista. Llegó a declarar la guerra a los bancos y sus comisiones. Fue tan radical que el propio López Obrador tuvo que salir a enmendar la plana y asegurar a la banca que no se modificarían los esquemas del sistema bancario. Pasó el tiempo y Monreal dio dos pasos al centro. De la nada se convirtió en un fiero defensor de la moderación; al mismo tiempo, se fue entregando al onanismo de alcanzar la presidencia. Fue una de las corcholatas invitadas a la borrachera.
Las corcholatas, las verdaderas corcholatas, están construidas para ser utilizadas una sola vez y después desecharlas. No tienen ninguna utilidad tras ser destapadas. Su destino natural es la basura. Las más afortunadas pueden llegar a plantas de reciclaje para mezclarse con otro tipo de metales para volver a servir una vez más como un producto desechable. Ricardo Monreal se negó a ser corcholata; por lo tanto, se convirtió en un taparrosca. Las taparroscas se utilizan cuantas veces sea necesario mientras la botella mantenga su líquido e, incluso, se utilizan para tapar otros recipientes de la misma medida.
Monreal tapa el recipiente que en ese momento se encuentre más conveniente a sus intereses. En el año más reciente jugó con la oposición. Mantuvo las puertas abiertas para una eventual salida y tener un lugar seguro para cambiar una vez más de piel. La oposición cayó en la trampa y confió en el émulo de Don Vito. Ingenuamente (o desesperadamente), los grupos parlamentarios de la oposición creyeron que el senador morenista sería un aliado. Se confundieron y fueron utilizados para mejorar las posiciones del zacatecano frente al presidente.
Las culebras son expertas en soltar su veneno en el momento exacto. Monreal lo consiguió. Atacó sin piedad a la oposición. Fingió ser un defensor de la Constitución e indignarse en contra de las fallas evidentes al sistema legislativo y a los ataques de la presidencia al Poder Ejecutivo. Hoy, Monreal es uno de los principales arietes para debilitar las instituciones nacionales. Con sus “formas cuidadas” y dulces palabras es un porro de categoría dedicado a mantener sus intereses bajo cualquier circunstancia. Ricardo Monreal no es corcholata. Ya no lo será, pero su destino como taparrosca está más vivo que nunca. Seguramente, tras el 2024 lo veremos celebrando con la mafia desde una nueva posición. Volverá a sus antiguas mañas priístas y los enamorados de esos tiempos lanzarán un nuevo suspiro por la nueva piel en turno de su fetiche político.
¿Usted qué opina amable lector? ¿Monreal es un político ejemplar y encomiable o es un simple degustador de huesos de altos vuelos?