Los triunfos y la carrera de Saúl Alvarez siguen sin convencer a muchos, entre ellos a un servidor. El sábado pasado en Las Vegas se anotó otra victoria y conservó los cinturones mundiales a los que no ha renunciado, porque esos organismos nunca lo han presionado para acatar decisiones sobre defensas obligatorias.
Saúl prefiere dejar sobre la mesa un campeonato que someterse a los caprichos de los entes boxísticos, porque para él es eso, “caprichos”, cuando se olvida que los organismos están para regular el boxeo profesional con sus designaciones y asignaciones. No es de ahora, sino de toda la vida.
Para la FIB no fue tan importante que el tapatío decidiera dar un paso a un costado y dejar vacante la corona, mientras que para los otros tres mantenerlo en la cima es un orgullo, negándose a entender que el que manda es Saúl y no ellos; que el boxeador les da prestigio y no ellos.
Su victoria 62 en el terreno profesional estaba más cantada que el premio mayor de la lotería nacional o el grito de independencia. El boricua Edgar Berlanga fue un rival a modo para Saúl, como casi todos en su carrera como campeón del mundo. Miente quien afirme que fue una buena pelea, aún y cuando el mexicano haya bajado del ring con algunos moretones en su rostro.
El circo de Alvarez continúa bajo la complacencia de los organismos boxísticos y parece no tener fecha de caducidad. Con todo y que Berlanga traspusiera las cuerdas con etiqueta de invicto, muchos estábamos seguros que su récord no era suficiente como para pensar en una posible victoria sobre el mexicano.
Esta historia ya la hemos visto en repetidas ocasiones.
Un enconado Berlanga hizo su parte, como todo boricua, previo al combate. Dijo que noquearía a Saúl, y si bien es cierto que no se llevó una paliza, es porque algún acuerdo quedó plasmado sobre el contrato. Al final, Edgar le agradeció la oportunidad al Canelo, No necesitaba decirlo abiertamente cuando se fundieron en un abrazo al final del combate.
¿Qué sigue para Saúl? Yo diría, lo mismo. Porque los rivales con los que puede demostrar que es un genuino campeón, no están en su camino, como tampoco aquella revancha con Dmitri Bibol. No quiere tropezar dos veces con la misma piedra, ni toparse con una más difícil. Así de fácil.
La pelea que todos quieren es una contra David Benavidez quien lo ha querido atrapar con guerra de palabras y retos, pero el mexicano ha encontrado muchas formas de eludirlo. Entre ellas, exigir una bolsa de 200 millones de dólares a unos promotores árabes interesados en ese duelo.
Digamos que vendría siendo una especie de indemnización o retiro.
Así las cosas.