La distópica novela 1984 de George Orwell ha sido durante mucho tiempo una advertencia sobre los peligros del control gubernamental totalitario y la supresión del pensamiento libre. Una de las herramientas más insidiosas utilizadas por el régimen totalitario en la novela es la “neolengua”, un lenguaje restringido y empobrecido diseñado para limitar la expresión del pensamiento independiente.
La neolengua eliminaba palabras relacionadas con conceptos como libertad, rebeldía y pensamiento crítico, mientras que reforzaba términos que glorificaban al Partido y su ideología. El objetivo era hacer que ciertos pensamientos fueran literalmente “impensables” al eliminar las palabras para expresarlos.
Lamentablemente, en el mundo actual y en nuestro sistema político mexicano vemos cómo algunos líderes políticos y funcionarios de ciertas Instituciones emplean tácticas similares de manipulación del lenguaje para controlar la narrativa y suprimir las voces disidentes. Los eufemismos y la neolengua se utilizan para enmascarar verdades incómodas, mientras que se acuñan términos despectivos para desacreditar a los oponentes.
Muchos son los ejemplos. Por un lado, podemos ver que el régimen pretende introducir nuevos conceptos para glorificar alguna de sus acciones como es el caso de las palabra Bienestar para promover cualquier acción de gobierno; por otro lado, busca condenar cualquier relación con la palabra neoliberal. No es algo nuevo. Los gobiernos anteriores intentaron hacer lo mismo de diferentes maneras. Salinas y su Solidaridad es una comparación que se puede realizar sin caer en la exageración.
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La neolengua y sus palabras son más allá que simple propaganda gubernamental. Todos los gobiernos intentan posicionar sus mensajes mediante slogans o frases hechas, pero es propaganda momentánea. Lo peligroso radica cuando existen gobiernos que pretenden tatuar en el colectivo formas de pensar específicas escondidas detrás de palabras, modismos y manejo del lenguaje.
En lugar de prohibir ciertas palabras por completo, los políticos modernos a menudo las redefinen o les dan nuevos significados distorsionados que se ajustan a su agenda. Las “fake news” se convierten en un término para descalificar cualquier información inconveniente. La “seguridad nacional” se utiliza para justificar la vigilancia masiva y la erosión de las libertades civiles.
Incluso conceptos como “libertad”, “democracia” y “derechos humanos” a veces se vacían de su significado real y se instrumentalizan como meras palabras de moda para legitimar políticas opresivas.
Al igual que en 1984, el objetivo final de esta manipulación del lenguaje es restringir el pensamiento independiente y cuestionar las narrativas oficiales. Si no tenemos las palabras para articular nuestras preocupaciones y críticas, nos volvemos más vulnerables a la opresión y el control.
Es vital que permanezcamos vigilantes ante estos intentos de manipular y distorsionar el lenguaje en beneficio de agendas políticas. Debemos defender nuestra capacidad de pensar críticamente, expresarnos libremente y desafiar a aquellos que buscan controlar nuestras mentes a través de la neolengua moderna.
La “corrección política” también se puede utilizar como una forma de neolengua moderna para controlar qué ideas y perspectivas se consideran aceptables en el discurso público. Ciertos términos se vuelven tabú, mientras que otros se prescriben, a menudo de maneras confusas e hipócritas. Incluso los líderes que profesan defender la transparencia a menudo recurren a la neolengua al utilizar un lenguaje críptico y eufemístico para ocultar la verdad de sus políticas y acciones al público.
En resumen, al igual que en 1984, el lenguaje se deforma y se redefine constantemente no sólo para transmitir pensamientos, sino para limitar el pensamiento en sí. Es una herramienta poderosa para controlar las narrativas, censurar la disidencia y hacer que ciertos puntos de vista sean literalmente “impensables”.
Sólo al mantener vivo el lenguaje rico y diverso podemos garantizar que nuestros pensamientos y nuestras voces nunca sean “impensables” o silenciadas. Mantengámonos siempre alerta, desconfiemos del lenguaje tramposo y sigamos usando nuestras palabrotas y albures para decir las cosas por su nombre. Si empezamos a tragarnos sus conceptos de neolengua, al rato ya ni sabremos cómo protestar contra sus mentiras y abusos.
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Qué tanto se ha dejado atrapar por la neolengua?