Muchas son las frases y expresiones que se han escuchado y se siguen generando, respecto al papel que sociedad y gobierno hemos jugado, o deberíamos estar jugando, frente a la terrible pandemia del COVID.
En ese juego de frases y palabras, las culpas se reparten. Nadie quiere aparecer en el escaparate de los mayormente responsables.
Sociedad y gobierno buscamos afanosamente la manera de lanzar la culpa hacia el bando de enfrente. Pero la realidad es cruda y certera, por lastimosa que esta sea.
Y es que, si a la vedad nos sujetamos, y sin referir las proporciones, creo que culpables somos todos.
El gobierno por la forma desorganizada, y apática con que observaron al coronavirus desde el anuncio mismo de su aparición.
El virus mortal habría sido minimizado y visualizado por nuestras autoridades como una especie de vendaval que pasa y se retira, dejando solo algunos daños temporales.
Y nosotros, la sociedad, culpables somos, por esa histórica y desobligada omisión y pasividad que nos ha distinguido para plantarnos con firmeza y determinación frente a nuestras autoridades para exigirle acciones prontas y pertinentes ante una amenaza que se cierne sobre nuestras vidas.
Pero no lo hicimos, y seguimos pasivos aún. Atestiguando y contando día tras día los nuevos contagios y observando de manera lastimosa y resignada los muertos que se suman a las crueles y espantosas estadísticas.
Por eso insisto en asegurar que culpables somos unos y otros, Es decir, sociedad y gobierno.
Innecesario sería enunciar y argumentar a éstas alturas las fallas en que hemos incurrido tanto el pueblo como las autoridades, por la razón de que éstas ya han sido mil veces replicadas.
Y es que los argumentos han sido repetidos hasta el cansancio tanto por los expertos en la materia, como por los simples mortales que solo opinamos de lo que abrevamos de nuestras experiencias vividas, mismas que en muchos de los casos suelen ser más reveladoras y contundentes que las ofrecidas por los expertos del mundo oficial.
Por cierto, es precisamente en éste maremágnum de opiniones precisas e imprecisas, impregnadas de certidumbre algunas, pero salpicadas de desconfianza otras, donde surgen las preguntas que rebotan de boca en boca entre la población.
¿ Estamos o no estamos en condiciones de enviar a nuestros hijos a iniciar de manera presencial el nuevo ciclo escolar?.
Es una gran pregunta, que ciertamente ha generado diversas e interesantes respuestas, y que sin duda apuntan en diferentes direcciones.
Pero referirlo es importante; En el mayor de los casos, la decisión del grueso de la población refiere no estar de acuerdo ni convencida de optar por la medida acordada por las autoridades de educación pública.
Sería peligroso e irresponsable regresar a las aulas escolares en medio del más mortal de los repuntes de la pandemia, alegan los temerosos padres de familia.
Lo interesante, es que no son pocos los Profesores que piensan de la misma manera. “No estamos en condiciones de las clases presenciales”, comentan de manera discreta muchos de los mentores, a sabiendas de que su rebelión podría generarles problemas laborales.
Es evidente; Los maestros temen no solo por la vida de sus alumnos, sino por la suya misma.
Y es que la nueva cepa del virus, llegó y eliminó de manera dramática la versión inicial de que los niños no corrían riesgo del contagio y tampoco podían afectar a otras personas.
Hoy se sabe que los niños pueden también contraer el COVID y transmitirlo, con consecuencias mortales para unos y otros.
Ello debió cambiar el panorama y por ende la visión y estrategias de las autoridades del sector educativo, y obligarlo a retomar con mayor cuidado las medidas de prevención. Pero no lo hicieron. No por el momento que yo sepa.
Al parecer las cosas no han cambiado y la orden sigue firme; Las clases presenciales estarán de regreso a partir del 30 de agosto del 2021, ordenó el presidente de México Andrés Manuel López Obrador.
Tras el mensaje presidencial, las autoridades de la SEP, así como los gobernadores de los Estados que acataron ese mandato, presentan entonces sus propios argumentos.
1.- Es necesario regresar a las aulas escolares, aunque ahora recomiendan hacerlo de manera opcional y paulatina. La idea es iniciar con el proceso de readaptación educativa de manera gradual, recomiendan.
2.- No podemos permitirnos, dicen, caer en la desgracia de un retroceso educativo, provocando un subdesarrollo generacional, y generando a la vez severos impactos socioemocionales en niños, niñas y adolescentes.
3.- Confían además, en que la etapa de vacunación masiva, incluyendo ahora a los niños, sin duda vendrá a marcar la pauta para el regreso general de la tan ansiada normalidad.
Por su parte, los padres de familia, se muestran temerosos y escépticos, por lo que anteponen un argumento contundente a la idea del regreso presencial de sus hijos a clases.
Ese argumento de los paterfamilias, surge más bien como una especie de interrogante con un marcado aroma a incertidumbre y miedo.
¿Y quién nos responde ante la posibilidad de una tragedia, donde la apuesta principal pareciera ser la vida de nuestros hijos?.
¿Acaso la carta de responsiva que las autoridades de educación están exigiendo como uno de los requisitos para que los alumnos regresen a las clases presenciales, representa un seguro de vida o de gastos médicos mayores para la atención profesional e inmediata de un posible contagiado?.
La realidad de las cosas es que los fundamentos de los padres que se oponen al regreso presencial de los alumnos, son fuertes y de alto sentido de la justicia, y legalidad…. Y es que el olor a tragedia está latente.
Por mi parte solo me restaría decir que; Estamos ante una grave crisis de salud, pero más grave podría tornarse si no decidimos juntos todos, luchar por superarla, pero siguiendo de manera puntual y efectiva las medidas pertinentes de los protocolos que nos indiquen las autoridades…
De otro modo, y sin pretender ser alarmista, la lucha contra el COVID será larga y penosa…Claro, para quienes tengan o tengamos la fortuna de atravesar con vida éste río de lágrimas.