Se nos fue el papa Francisco. Y con su partida no solo se cierra un capítulo en la historia de la Iglesia Católica, también se va un pedazo de esperanza para muchos que veíamos en él algo distinto: un líder espiritual de carne y hueso, que no le sacaba la vuelta a las verdades, por más incómodas que fueran.
Francisco no fue un Papa intocable ni de discursos acartonados. Fue un hombre que caminó entre la gente, que escuchó a quien nadie escucha y que no tuvo miedo de decir lo que pensaba sobre lo que está mal en el mundo: la pobreza, la migración, la indiferencia, los abusos, la destrucción del planeta y la avaricia.
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A diferencia de otros Papas, su fuerza no estuvo en las ceremonias pomposas, estuvo en sus gestos de humanidad. En vivir con lo justo, en hablar con sencillez, en pedirle a la gente que rezara por él como cualquier otro cristiano que se sabe frágil. En vivir en una casa común, como diciendo: “yo no soy más que nadie”.
Y predicó con el ejemplo.
Le tocaron tiempos difíciles: violencia, confusión, desánimo, mucha gente caminando con el alma herida, y Francisco no se encerró en los muros del Vaticano. Al contrario. Recorrió el mundo. Habló de política sin ser político, del cuidado de la tierra como un abuelo preocupado por lo que sus nietos van a heredar.
Su voz fue como una brújula en medio de tantas tormentas.
Su legado no está en los reglamentos, está en cómo nos enseñó a mirar al más desprotegido.
A los jóvenes, sobre todo, les hablaba directo. Les decía que no se dejaran robar la esperanza, que no se quedaran viendo pasar el tiempo.
En un mundo donde sobran pantallas, pero falta sentido, su mensaje fue como un llamado a la conciencia.
Hoy que ya no está, claro que se le va a extrañar. Pero su palabra queda. Y queda fuerte.
Porque Francisco no vino a imponer miedo, vino a sembrar compasión, vino a abrir caminos.
El futuro de la Iglesia Católica está en juego. ¿Seguirá el rumbo que él trazó o se volverá a encerrar en lo de siempre?
Porque en lugares como Sinaloa, en México, en América Latina, donde la vida a veces duele, donde las noticias nos golpean con la rutina de la violencia, el mensaje de Francisco sigue siendo urgente.
“No normalicemos el dolor, no dejemos que el miedo nos quite el alma, no soltemos la mano del que sufre”.
Descansa en paz, papa Francisco.