En último lustro han aparecido dos libros sobre la vida de Álvaro Obregón Salido, el primero es un libro coordinado por Carlos Silva, titulado Álvaro Obregón, ranchero, caudillo, empresario y político, y el libro más reciente de Felipe Ávila, titulado ÁLVARO OBREGÓN luz y sombra del caudillo.
Felipe Ávila se ha convertido en el historiador mexicano que mejor conoce a Emiliano Zapata, una especie de John Womack mexicano, que por cierto es el director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRMR).
Álvaro Obregón fue el vencedor absoluto de la Revolución, uno de los más grades generales mexicanos de todos los tiempos y fundador de nuestro Estado moderno.
La historia de los sonorenses es la historia de los triunfadores, escribió Héctor Aguilar Camín en La frontera nómada: Sonora y la Revolución mexicana (1977). Los triunfadores de la revolución tienen un nombre: carrancistas; y dentro de ese grupo una facción: la de los revolucionarios de Sonora.
No hay literatura obregonista. Obregón no tiene a un Martín Luis Guzmán que invente sus memorias, y para configurarlo como personaje, el máximo narrador de su época tuvo que mezclar sus rasgos a los de Calles en La sombra del caudillo.
Último de dieciocho hermanos, huérfano de padres a los pocos meses, lo educaron Cenobia, María y Rosa, sus hermanas, y tuvo la protección de su familia materna: los Salido, hacendados muy próximos a los caciques porfirianos de Sonoro.
Dice José Emilio Pacheco que : “Obregón tiene la ventaja o inconveniente de ser un primo pobre de los Salido. Es herrero, profesor de primaria, maestro mecánico agrícola; diseña una sembradora de garbanzo y llega a poseer doscientas treinta hectáreas. No ignora sus talentos y habilidades. Su ambición no cabe en Huatabampo ni en Sonora. Habla los idiomas yaqui y mayo. Observa sus métodos guerreros. Es un devorador de revistas, entre ellas Regeneración”.
Valiente y arrojado es un oficial que reflexiona y planea antes de lanzarse, escucha opiniones, jamás se equivoca, nunca pierde. Su estrategia es similar a la que emplearon Morelos y Díaz. Deja que el enemigo ataque, trabaja por su desgaste y entonces arroja contra él una segunda fuerza que ha permanecida oculta y al acecho.
Pasa sin transición del anonimato a la fama creciente, sólo opacado por las hazañas de Villa. En el Fuerte, Sinaloa, don Venustiano Carranza da Obregón el mando del Ejército del Noroeste que debe abrir el camino de la capital y entrar en ella antes que la División del Norte.
Obregón se convierte en el “Rayo de la Guerra” que se apodera de Culiacán y Mazatlán. En Mazatlán ordena el primer bombardeo aéreo de la historia: en mayo de 1914, meses antes de la Primera Guerra Mundial, el aviador Gustavo Salinas ataca un barco huertista.
Villa comete un trágico error de menospreciar al “perfumado”. Tiene una fe ciega en el arma clásica de las guerras mexicanas: la caballería. En las dos batallas de abril en Celaya el estratega Obregón una la moderna ametralladora y el método indio: las loberas, trincheras individuales en vez de la línea continua.
Por breve tiempo Obregón se despeña como ministro de Guerra. Cuando se redacta la Constitución del 17 Obregón apoya e inspira al grupo radical. Funda su imperio agrícola, base de la actual agricultura capitalista en los valles del Yaqui y el Mayo. Se convierte en el primer productor de garbanzo y exporta a la propia España.
Lee mucho. Memoriza lo que tocan sus ojos. Él se ve a sí como otro Cesar y publica su “Guerra de las Galias”: Ocho mil kilómetros en campaña. Obra por cierto, donde no trata muy bien al mocoritense, Rafael Buelna.
El 10 de junio de 1919 se alborota la caballada: Obregón lanza su candidatura, Don Venustiano quiere acabar con el militarismo y tiene su “tapado” civil, Ignacio Bonillas. Considera que la gira electoral de Obregón encubre un recorrido conspiratorio para alistar el cuartelazo. Todo el ejercito se une a un golpe obregonista y avanza sobre la capital.
Carranza se exilia sale hacia Veracruz en un convoy perseguido por las caballerías de Treviño y Guajardo, el asesino de Zapata. Carranza a su vez muere asesinado en Tlaxcalantongo por órdenes de Obregón. El 1º de diciembre de 1920 Álvaro Obregón se convierte al fin en presidente de México. Quien mejor recrea la muerte de Carranza es Fernando Benítez en El rey viejo.
A parte de los dos libros mencionados al principio de este artículo, se han consultado los tres artículos de José Emilio Pacheco, publicados en el libro titulado Inventario, editado por ERA, El Colegio Nacional, UNAM y UAS.