Los cambios al Poder Judicial son necesarios; sin embargo, cambiar de la manera que está planteando el gobierno solo avizora un desastre. Elegir a los jueces, ministros y magistrados del Poder Judicial mediante el voto popular es una verdadera locura. De cerca de 200 países registrados en la ONU, solamente Bolivia tiene este sistema y sus resultados son desastrosos. Ese país ocupa el lugar 162 de 190 en el índice global de acceso a la justicia. Países como Suecia y Estados Unidos eligen a sus jueces, pero son locales y en distritos muy focalizados; no es una práctica generalizada y menos aún en el sistema de justicia federal.
En más de 200 años de la historia de los nuevos sistemas de justicia que hay en el mundo moderno, no ha existido ni un solo experimento exitoso eligiendo a jueces mediante el voto popular. En México se tuvo algo así a mediados del siglo XÍX, pero no eran electos por el voto universal. Los jueces eran electos mediante delegados que representaban al pueblo. Fue tal su fracaso que en la propia Constitución de 1919 se dejó fuera esta forma de elegir al Poder Judicial.
El Poder Judicial en México es una alberca llena de lodo. Es necesario limpiarla, pero elegir a los jueces solo cambia el tipo de lodo con el que llenamos la alberca. El lodo seguirá siendo el principal líquido, pero ahora elegiremos el tipo de lodo con el que llenar la alberca. La corrupción no se eliminará mediante el voto como no lo hizo en el Poder Ejecutivo o en el Legislativo. En esos Poderes se eligen a los representantes mediante el voto popular y la corrupción está más presente que nunca.
¿Cuánto tiempo falta para el desastre judicial?
En un principio, los efectos negativos pueden parecer leves o aislados. Veremos campañas electorales judiciales altamente politizadas y costosas, con influencia descarada de grupos de interés y promesas populistas vacías. Comenzaremos a cuestionar la imparcialidad y competencia de algunos jueces electos, especialmente aquellos sin una sólida trayectoria judicial previa. Y poco a poco, presenciaremos decisiones judiciales polémicas que parecen estar influenciadas más por factores políticos o de opinión pública que por la ley misma.
Pero esto sólo será la punta del iceberg. A mediano plazo, entre 3 a 6 años, el desastre se intensificará. La inestabilidad e inconsistencia en las interpretaciones legales debido a la rotación constante de jueces electos será una realidad. Veremos un aumento alarmante de casos de jueces cuestionados por conflictos de interés, conductas inapropiadas o favoritismo político descarado.
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Y aquí es donde el peligro real comienza. El poder ejecutivo y legislativo, viendo la oportunidad de oro, intentarán ejercer influencia indebida sobre los jueces electos mediante amenazas, prebendas o reformas legales diseñadas para acallar cualquier disidencia judicial. Nuestro sistema judicial se fragmentará y polarizará, con distintas instancias dominadas por jueces de diferentes inclinaciones políticas.
A largo plazo, después de 6 a 10 años o más, el desastre alcanzará su punto crítico. La credibilidad y legitimidad del sistema judicial se desmoronará por completo debido a la percepción generalizada de politización e imparcialidad. La inseguridad jurídica y la desconfianza de los ciudadanos e inversores en el Estado de Derecho serán totales.
Intentaremos reformas desesperadas para revertir este sistema aberrante, pero nos encontraremos con una resistencia política y social férrea. Estaremos al borde de una crisis institucional sin precedentes, con una confrontación directa entre los poderes del Estado debido a la cooptación política del poder judicial.
¿Suena esto exagerado? Ojalá lo fuera. Pero la historia nos ha enseñado que cuando la justicia se convierte en un juego de poder y favores políticos, las consecuencias son catastróficas. Hemos abierto la caja de Pandora, y a menos que actuemos con urgencia para preservar la independencia judicial, el desastre es inminente.
Tampoco hay que asustarnos mucho con el desastre. México es un país que vive en un desastre permanente y seguimos existiendo. Ya nos acostumbramos a vivir en el desastre en el sistema de salud, en educación, en el desorden en las ciudades, desastres en carreteras, en el deporte, etc. Somos eternos moradores del desastre. Uno más a la cuenta y seguiremos en lo nuestro. El país es de ellos; el desastre será de todos. Solicito de la manera más atenta que dejen de simular y aprueben de una vez la elección de jueces, magistrados y ministros así nos acostumbramos a vivir más rápido en el nuevo desastre y saber cómo lidiar con las consecuencias del mismo.
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Cómo se prepara para el nuevo desastre?