Ciudad de México.- Hombres de tupidas canas y de esbelta figura, ataviados con trajes de
tonos llamativos, zapatos bicolor de charol y una singular pluma de
faisán montada sobre el también llamativo sombrero de ala ancha, sacan
brillo al legendario Salón Los Ángeles, en la colonia Guerrero de esta
ciudad.A su paso por las calles de la popular colonia,
incluso antes de llegar a las puertas del edificio, atraen la atención
de los transeúntes por su particular vestimenta, en la que destaca los
pantalones de cintura y tiro alto, amplios a la altura de las piernas
pero ajustados en los tobillos, y la vistosa cadena que cuelga de ellos.La
camisa de colores muy llamativos y de cuello largo también es signo de
distinción, que destaca aún más por el chaleco y el saco cruzado y que
baja más allá de la cadera de quien lo porta. Todo en ellos llama la
atención, pero aún más la gallardía y el orgullo con el que portan su
vestimenta.En el Salón el ambiente se vuelve abrazador,
impregnado de sonoridades danzoneras, que animan a las parejas a
disfrutar de la pasión, el frenesí, lo emocionante y cautivador de este
singular ritmo.Desde las primeras piezas, se vislumbra ya
la aproximación de los cuerpos, las cadencias; la alegría, la realidad y
la fantasía conviven en cada una de las parejas, que en la pista
muestran sus dotes dancísticos y lucen sus relucientes y elegantes
atuendos.Bailes ejecutados por pachucos y rumberas
ataviadas con ceñidos y brillantes vestidos de salón; en la atmósfera se
respira cierta nostalgia de las parejas de más avanzada edad, quienes
por una noche reviven su juventud.Los Ángeles está
habitado por historias y anécdotas de quienes frecuentan el lugar, uno a
uno hacen de su pasado un fresco relato sobre encuentros danzoneros,
tal como lo hizo Jesús Juárez, “El cebos”, quien muestra su orgullo de
ser pachuco desde 1943, cuando esta corriente se encontraba en su
apogeo.Portando un pantalón, camisa y sombrero de color
rojo intenso, así como un saco amarillo a cuadros, “El cebos” relata que
actualmente se reúne aquí con algunos de sus amigos, también pachucos,
para continuar con la tradición, “aunque muchos de ellos ya
fallecieron”, lamenta.”Un pachuco debe vestir y bailar
bien, además de tener una pareja que también sea bailadora, ya no usamos
reloj, ni esclava ni nada de eso, porque ya en la vida nos toman por
otra cosa”, expresa al dar cuenta de la cultura pachuca, de la vida de
estos personajes que todavía el interesado puede encontrar en sitios
como éste.Ser pachuco es un modo de vida que no se ha
perdido en la vorágine de la ciudad, hay quienes mantienen la tradición
con la cabeza en alto: “seguimos manteniendo accesorios característicos
como el sombrero, con el cual también se alude a la moda de Germán
Genaro Cipriano Gómez-Valdés Castillo, Tin Tan”, dice “El cebos”.El
día entra en la oscuridad al ritmo de una música que recrea una bella
época; la elegancia predomina en la pista, de entre el grupo de pachucos
destaca Zaira Castañeda, quien luce un straple negro y una ajustada
falda con lentejuelas plateadas, vestimenta que va combinada con
zapatillas, gargantilla y pendientes del mismo tono.Ella será próximamente coronada como Reina de los pachucos, rumberas y tarzanes.Zaira
se hace acompañar de un grupo de rumberas, igualmente esmeradas en su
arreglo, quienes un guardan el honor que sienten al decir que los bailes
finos de salón son un arte y no sólo atañen ni a gente mayor ni a
clases limitadas económicamente.Ella y sus compañeras
tienen el compromiso de evitar que el danzón y el mambo, entre otros
géneros, desaparezcan y por el contrario se difundan más.La
visita al Salón Los Ángeles es entrar a una atmósfera melancólica, un
regreso al pasado y plasma un ambiente que participó en la construcción
del estilo de vida contemporáneo; sin embargo, es razón y motivo de
entusiasmo para señores y señoras, quienes a pesar de los años siguen
disfrutando y vistiéndose igual.Seres, que a la vista de
extraños están disfrazados, seguros de sí mismos, que en su exageración
en el uso de colores y accesorios exponen la alegría que les provoca ser
admirados por los jóvenes y dar a conocer el lenguaje, ropa y actitud
que giró en torno a su juventud.Para Leonel Salazar, otro
pachuco que acude al lugar de baile, un miembro de esta corriente no
debe confundirse con un “tarzán”, pues estos últimos eran los padrotes
de las prostitutas en la época en la que lo que predominaba era el
swing, el danzón, el chachachá y el mambo.Orquesta de
Pérez Prado, “El calambres” y “El resortes” son algunos nombres que
recuerdan con cariño los pachucos Ricardo Zamorano, mejor conocido como
“El sabroso”; Manuel del Pozo, Luis Sánchez y Salazar.Ellos
lo tienen en claro: “El que se viste de pachuco y no baile no es en
realidad uno de nosotros”, acota “El sabroso”, mientras que Del Pozo
asegura con aire orgulloso: “el danzón da vida, salud y es un baile
fino”.Lo que fue en su momento una burla al vestir de la
sociedad estadounidense, hoy se ha convertido en un traje heroico y
emblemático para quienes se hacen llamar pachucos y se reúnen para
bailar y recordar, para los amantes del baile de salón, como en Los
Ángeles, donde finalmente la noche les arrebata una sesión de orgullo y
elegancia.TJ
Ser pachuco, un orgullo que aún se transpira en el Salón Los Ángeles
En el Salón el ambiente se vuelve abrazador, impregnado de sonoridades danzoneras, que animan a las parejas a disfrutar de la pasión, el frenesí, lo emocionante y cautivador de este singular ritmo.
Fuente: Internet