Los Mochis, Sin.– Al nacer su primer hijo, Sebastián, él se comportaba como todos los niños, sólo que era muy hiperactivo, pero a los tres años de edad en la guardería de DIF Ahome le detectaron un retroceso en la conducta y lenguaje que indicaban autismo, por lo que desde entonces empezó la lucha junto con su esposo por lograr un diagnóstico profesional especializado, tratamiento y múltiples terapias para atender su condición mental.
Rosario Calderón expresa que conforme Sebastián fue creciendo, fue desarrollando otras características diagnosticadas por neuropediatras como epilepsia, trastorno del lenguaje expresivo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, predominantemente impulsivo y discapacidad intelectual severa, aunque asistió a kínder y primaria regular los primeros años, la concluyó al igual que la secundaria en un Centro de Atención Múltiple –CAM-, siempre acompañado de maestra sombra.
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Rosario con su hijo Sebastián
En la adolescencia, la condición de Sebastián aumentó a Trastorno del Espectro Autista Grado 3, es decir, autismo severo, por lo que actualmente, a sus 18 años, es un joven tan impulsivo y tan fuerte, que en caso de salir a la calle difícilmente puede ser detenido, ya que él no mide peligros, motivo por el que ya no lo puede sacar de casa, y día a día lucha ella con todo su amor hasta el límite de sus fuerzas para atenderlo, medicarlo y controlarlo, pues también tiene momentos de agresividad.
“Sebastián es una criatura deseada y amada al mil por ciento, al millón, aún con toda la pesadez que implica su condición, y sólo Dios sabe por qué nos lo envió a nosotros porque en manos de otra familia no me lo imagino”.
Rosario expresa que lo que más desea como mamá es que Sebastián recuperara su lenguaje y que controlara sus emociones, pues así podría volver a sacarlo de casa y llevarlo a practicar algún deporte, como antes lo hacía cuando era niño y preadolescente y que su autismo no era tan severo.
Sebastián, hijo de Rosario
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“Sólo me queda seguir agarrándome de la mano de Dios” pues las noches no le alcanzan para descansar, pues cuando Sebastián anda alterado, grita tan fuerte que se oye en toda la cuadra y hasta escala al techo si encuentra alguna ventana o puerta abierta por donde hacerlo, expresa esta madre de familia, quien también tiene a su hija Vania, una niña de 8 años.
A pesar de su enfermedad, Sebastián es muy cariñoso, pide beso y abrazo, por lo que con todo el cariño del mundo su amorosa madre lo cuida de día y de noche, mientras su padre trabaja sin descanso para proveer lo necesario para su familia, ya que Rosario tuvo que dejar de trabajar desde hace años que el autismo de su hijo se agravó.