Culiacán, Sin.- Jóvenes sentados en la banqueta del distribuidor de oxígeno Infra con mirada caída y manos nerviosas, esquivan la mirada a los curiosos y de vez en cuando revisan el celular, como buscando que la realidad virtual sea menos dolorosa que la tangible.
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La pandemia del COVID-19 trajo un déficit de oxígeno médico, así como de escrúpulos y humanidad.
“Es un abuso lo que tenemos que pasar para conseguir un tanque de oxígeno, las empresas nos tratan como delincuentes por estar amontonados en la fila, no todos tienen dinero para pagar un revendedor”, dijo un hombre que hacía cuentas en su calculadora.
Los distribuidores, no acostumbrados a trabajar con personas en urgencia, hacen lo que pueden para organizar la logística pero su paciencia no da para más y los gritos llegan como único recurso.
En la fila nadie habla, nadie platica. No hay nada qué decir porque todos ahí viven lo mismo. Algunos cansados de esperar desde la madrugada se sientan en la banqueta, rendidos y derrotados anímicamente: es que nadie le ve fin a este infierno.
Nadie puede decir que todos los adolescentes son irresponsables cuando muchos están sacrificando sus mejores años por cuidar a sus padres. Madrugando para cargar en su bicicleta el único tanque de oxígeno que le da vida a su familiar o saliendo a trabajar para adquirir una responsabilidad que no le pertenece.
La carrera por el oxígeno es otra cara de una pandemia que no se va acabar pronto, un recuerdo de que el sistema falla para los más vulnerables ante las catástrofes y que aquí, si no tienes recursos, no puedes respirar.