Guasave, Sinaloa. – Con el estruendo inconfundible que los caracteriza, irrumpieron en la escena sin ser invitados, pero atrayendo todas las miradas: los judíos —también conocidos como matachines— hicieron su aparición.
Fieles a una costumbre que se resiste a desaparecer, que se impone sin pedir permiso y que sigue cautivando a propios y extraños.
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Ataviados con sus máscaras irreverentes —unas de rostros afeminados, otras de demonios grotescos o personajes pasionales de épocas remotas—, estos danzantes avanzaron entre la multitud haciendo sonar con fuerza los tenábaris, instrumentos de origen indígena hechos con capullos secos de mariposa amarrados a los tobillos, cuyo sonido marca cada uno de sus pasos con cadencia ritual.
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No necesitan escenario ni convocatoria: su presencia basta para convocar curiosos y generar una atmósfera que mezcla desconcierto, tradición y admiración.
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Aunque su llegada no estaba anunciada formalmente, su sola presencia bastó para elevar la expectativa entre quienes presenciaron su danza. Niños, jóvenes y adultos se vieron envueltos —muchos sin proponérselo— en la coreografía improvisada que los judíos ejecutan mientras avanzan por las calles, brincando, girando, desafiando el silencio con su estrépito característico.
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Esta tradición, profundamente arraigada en las comunidades del norte de México, especialmente en Sonora y Sinaloa, es un legado mestizo que mezcla ritos indígenas con representaciones cristianas propias de la Semana Santa.
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Aunque sus orígenes exactos se pierden en la memoria colectiva, su vigencia es incuestionable. Lejos de extinguirse, la danza de los judíos encuentra nuevas generaciones que, aun sin comprender del todo su simbolismo, se suman a la representación, atraídos por la fuerza de lo ancestral.
Los judíos realizan su danza acompañados del sonido de los tenábaris | Foto: Martha L. Castro
En sus máscaras se condensa una crítica social, un espejo grotesco que desafía los cánones tradicionales y que, al mismo tiempo, permite una catarsis colectiva. Los judíos no solo bailan: interpelan, confrontan, provocan. Su danza es tan incómoda como fascinante, y es precisamente ahí donde reside su fuerza.
Esta manifestación cultural ha sobrevivido al paso del tiempo, a la censura moral, a los cambios sociales. Es una resistencia viva, ruidosa, provocadora. Una táctica de persistencia, de memoria, de identidad. Una forma de decir: aquí seguimos, y no nos vamos a ir en silencio.