Culiacán, Sin. – Un escueto indicio y un rumor confirmado que llegó en forma de audio fue suficiente para que 6 buscadoras salieran al hallazgo de dos cuerpos. “¡Encontramos dos tesoros!” Se escuchó desde la floresta el grito ahogado de esperanza.
Y es que las buscadoras no tienen miedo, salieron a buscar a pesar de que las autoridades les negaron el acompañamiento. Y a mitad de aquel predio solo tenían una pala y sus canticos para acompañarse.
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Una hilera de madres sin hijos cubriéndose del sol se abría camino entre arbustos resecos y espinosos mientras murmuraban cosas a sus desaparecidos: un ritual de comunión que las ayuda a conectar con la tierra y sus tesoros, o es lo que dicen ellas.
Las horas pasaban y el único guía era el perfume de muerte en la intemperie que reinaba en el baldío, un aroma putrefacto mezclado con clorofila que les avisa que en el lugar aguarda lo que ellas consideran un tesoro, es decir, que una madre por fin tendrá un cuerpo a quien dirigirse y llorar si así lo desea, pero también, un lugar donde desahogarse.
Por allá gritaron: “positivo“, no tan lejos del pin de ubicación que marcaba la denuncia. Un par de personas tiradas boca abajo emanando el aroma específico mortuorio. Las madres curtidas de llorar a sus hijos se derrumbaron ante la lejana posibilidad de que sean sus tesoros, pero esta vez no fue así.
Una oración en conjunto y el agradecimiento a las fuerzas que las llevaron allí; las buscadoras cumplieron su labor de dar vida por medio de la muerte. Y fue entonces cuando la autoridad llegó en escandalosa caravana de pitidos de radio y claves indescifrables.
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Entonces todo se redujo a informes y cifras interminables que se archivarán en algún anaquel oficial. Mientras que las madres buscadoras consiguieron llevar la calma a una familia que solo tenía incertidumbre.