Culiacán, Sin.- Él es Roberto, “El Diablo” que pisó las cárceles de Lecumberri y Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México, antes de cumplir 30. Dice que después de enlistarse en el Ejército mexicano y desertar, incursionó en el narcomenudeo en Ciudad Universitaria, en la UNAM, ahí en las famosas islas frente a las facultades de Economía y Psicología.
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“El Diablo” nació en Badiraguato, un 5 de enero de 1942 y a sus 78 años narra sus vivencias a Línea Directa. Entre estas, asegura que después de salir del penal apoyó en algunas operaciones en México de la agencia antidrogas de Estados Unidos, la DEA, y gracias a su entrenamiento militar logró ser un aliado de los gringos para “cazar narcos” en tierra azteca, como un cruel trueque por su libertad.
Explica que el curioso apodo se lo ganó cuando un sacerdote de Jalisco lo llamó así por no someterse a su doctrina, porque Roberto mira la religión del hombre como una “vulgar sumisión”. Ese cura lo condenó y toda su congregación se encargó de marcarlo de por vida, llamándole de esa manera.
Hoy vive de sus memorias y asegura que no cree en Dios ni en lo santos, porque ellos no permitirían que las personas vivan en la miseria mientras otros están en la riqueza. Don Roberto tiene una mente lúcida y adelantada, sus viajes y vivencias le dieron la experiencia para entender el mundo de una manera más práctica.
La vida y el olvido lo llevó al Buen Samaritano en Culiacán, una casa hogar para ancianos de nombre irónicamente cruel para sus últimos años. Pero Roberto le sonríe a las coincidencias y lucha por dignificar sus días. Impensable recibir visitas sin antes haberse bañado y peinado, además de bolear su calzado.
Ahora se dedica a cuidar a sus gatos y a componer corridos con historias de su memoria y sus tatuajes, donde lleva el rostro de las mujeres que más amó y de una virgen María bailando desnuda; porque él nació y morirá siendo un transgresor de las buenas conductas.