Culiacán, Sin.- “Ven, dame un abrazo”. El adolescente se inclina en la escalinata y obedece a la mujer. Ella aguarda ahí sentada afuera de Catedral. Se acomoda su gorra y saluda al resto de las mujeres que se le han unido. Se presenta. “Yo soy Conchita Araujo”, dice. Luego hace una reflexión: “Un abrazo no se le niega a nadie, menos en esta situación”.
La situación a la que se refiere la mujer es a ser madre de una persona desaparecida. Todas las mujeres ahí reunidas lo son. Acuden a celebrar el ritual de luz para ver si logran hallar a sus tesoros desaparecidos.
Las mujeres comienzan el ritual. Colocan un mantel rojo sobre el suelo y cada una lleva una vela en las manos. Las encienden. Murmuran unas palabras, como si conjugaran el regreso de ese pedazo de vida que les fue arrancado. Lo realizan cada día primero de cada mes. No fallan. Es otro modo de buscarlos.
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El abrazo
Conchita Araujo no mira a su hijo desde el 10 de mayo de 2020. Su nombre es Isauro Urías Araujo. Ella lamenta no llevar una foto suya pero en eso recuerda que lo lleva impreso en la camiseta que viste. Se da la media vuelta y la muestra. Es él, dice.
Y reflexiona otra vez sobre los abrazos:
“Un abrazo no se le niega a nadie, pues porque un abrazo lo hace sentir bien, a veces triste y lo hace sentir bien, yo así lo tomo”.
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Y entre el incienso y los rezos y deseos conjuran su ritual de luz. Llaman a sus desaparecidos. Se abrazan, comparten la pena y la misma esperanza.
En un país donde desaparecido pareció convertirse en un lugar sin retorno es en el que este grupo de valientes mujeres buscan. Con palas, picos y manos escarban. También con rituales. Como sea pero siempre en busca.
Y al final otra vez el abrazo. Ese que es gratis, que nada cuesta y mucho reconforta.