Hoy, 16 de septiembre, me hubiera gustado escribir sobre nuestra independencia. Lo que significa para mí ser mexicano y la construcción de nuestra identidad nacional. Desgraciadamente, la realidad en la que vivo es muy distinta. La violencia se apoderó de mi ciudad y no tenemos claro cuándo podremos recuperar algo de la “normalidad” en nuestra ciudad.
Llegué a Culiacán hace 25 años. Fui criado en Mazatlán; después de una experiencia de estudios en la CDMX y algunas vicisitudes me inscribí en la Facultad de Economía de la UAS en el campus Culiacán. Al igual que miles de jóvenes sinaloenses me trasladé a la capital del estado para formarme. Me gustó la ciudad y aquí me quede. La primera década del Siglo XX Culiacán era muy distinta. Podíamos salir a los antros por las noches sin muchas preocupaciones. Cuando había alguna pelea no aparecían las armas de fuego. Era muy raro ver armas. Nuestra mayor preocupación era encontrarnos con alguien dispuesto a usar su navaja en las peleas nocturnas.
Desde luego que en aquellos años ya existían algunos sectores de la sociedad muy identificados con la cultura del narcotráfico, pero eran mundos muy distintos. Ellos estaban en sus círculos y el resto de la ciudad en el propio. No había mucha interacción entre los mundos. Antes había colonias muy demarcadas para establecer el tipo de vida que se tenía. Teníamos al narcotráfico como parte del folclor local. Era un tema socorrido por los turistas o gente de fuera que buscaba algo de morbo. Iban a visitar a la capilla de Malverde, un par de casas famosas y unas cuantas cosas más que representaban esa cultura del narco, pero algo sucedió que pasamos de una mera anécdota a vivir en medio del narco. Nos decían narcos, pero nos defendíamos diciendo que eso era un tema de leyendas y uno que otro personaje aislado.
En la segunda década del siglo XX, el narcotráfico, su cultura y consecuencias se apoderaron de la ciudad. Los mundos se mezclaron. El narcotráfico pasó de ser una anécdota para convertirse en la historia principal de Culiacán. Los antros y restaurantes comenzaron a transformarse en centros culturales del narcotráfico. La música alterada, que antes era de nicho, se convirtió en mainstream. Los jóvenes se volcaron si pudor alguno a regodearse de la cultura de las armas y los excesos propios de los cárteles. El narcotráfico conquistó Culiacán en todo sentido.
En 25 años me ha tocado vivir de todo. Pasamos de alarmarnos por un asesinato en medio de la calle a normalizar los cuerpos abandonados a las afueras de complejos residenciales. En dos décadas nunca ví hombres armados en medio de la calle, en fiestas o en cualquier lugar público o privado.. Eso cambió de unos años a la fecha. Si no te metías en ese mundo podías evitar encontrarte ese tipo de cosas. Ya no más. No importa que te alejes de esos círculos, en cualquier momento puedes toparte con personajes empistolados, embozados y amenazantes.
Siempre me sentí seguro y tranquilo de vivir en Culiacán. Aquí me casé y tuve a mis hijos. La ciudad me gustaba para que ellos crecieran aquí. Hoy tengo la certeza que no se deben quedar. Tengo un hijo adolescente y una pequeña en edad preescolar. Si bien, todas las ciudades del mundo tienen sus problemas, el temor que alguno de mis hijos haga algo inocuo para molestar a quien no debe es constante. En Culiacán vivimos con un sistema de justicia alterno. Lo sabemos. Hay tribunales extraoficiales que son los encargados de dictar la sentencia y la pena adecuada. No solo sabemos que existe, mucha gente prefiere ir a ese tribunal antes que a la “justicia oficial”.
En los últimos años, vivir en Culiacán implica que tu agenda, trabajo, actividades, clases escolares, etc. están sujetas a los designios de otras personas. Ellos deciden qué y cuándo se hace. A nosotros nos queda aceptar y adaptarnos. No hay más. La realidad de nuestra sociedad es esa. Desconozco como viven las ciudades o países que tienen guerras permanentes, pero deben de compartir un sentimiento similar.
Pese a todo eso, creo que Culiacán podrá ser una buena ciudad. Tal vez en un par de décadas más. No lo sé, pero el potencial está ahí. En algún momento las cosas cambiarán o la ciudad se hará cada vez más pequeña. Si las cosas siguen así, en los próximos años veremos un decrecimiento en la población. Culiacán creció por la migración desde otras ciudades, pero ante la nueva realidad, esa migración buscará otros destinos. Lástima. Es muy triste ver que nos convertimos en lo que los turistas decíamos que éramos.
¿O usted qué opina, amable lector? ¿Le gustaría vivir en Culiacán?