A principios de Siglo/Milenio, en 2001, uno de mis primeros trabajos fue en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Tras andar de grillo en la escuela de economía recibí la invitación del entonces tesorero de la UAS, Francisco Álvarez Cordero para sumarme a su proyecto político en busca de la rectoría. Eran los tiempos de la sucesión de Jorge Luis Guevara. El proyecto de Álvarez Cordero fue truncado con la llegada de Gómer Monárrez a la rectoría; por negociaciones políticas (ambos pertenecían a la misma corriente MASU- FAU), el equipo al que pertenecía quedó a cargo de la Secretaría General de la Universidad. Ahí es donde recibí mi oportunidad laboral universitaria.
En aquellos tiempos, la legislación universitaria otorgaba la facultad de la organización de las elecciones para los cargos de directores de escuelas y facultades a la secretaría general; también tenía que organizar las elecciones para los consejeros universitarios en cada una de las unidades administrativas. En lo personal, parte de mis responsabilidades era apoyar en la organización de las elecciones en diferentes partes del estado. La Secretaría General se apoyaba en los Consejeros Universitarios para conformar una especie de INE en cada proceso electoral que tuviera lugar.
Debido a esa experiencia tuve la oportunidad de conocer las formas uaseñas de hacer política. Fui testigo de las maneras más virulentas de enfrentarse entre grupos políticos por pequeños cotos de poder. Los niveles de degradación en las “campañas políticas” eran de niveles superlativos. Nunca en mi corta vida había visto los enfrentamientos políticos tan desagradables.
La civilidad política era inexistente. Los grupos enfrentados buscaban destruirse desde todos los frentes: profesional, laboral, político y personal. Las primeras bajas siempre eran las reputaciones de los participantes; no había excepción. Todos usaban las mismas tácticas: publicar panfletos que degradaban las vidas personales de los participantes, acusaciones de corrupción, acoso de todo tipo, intimidaciones físicas, movilizaciones estudiantiles, etc. Eran guerras a muerte. No había lugar a negociaciones. El ganador tomaba todo y el perdedor se reorganizaba para esperar los nuevos procesos.
No tuve estómago para quedarme mucho tiempo. A la primera oportunidad que tuve me cambié de trabajo. Terminé trabajando como gerente del estadio de los Dorados de Sinaloa (Esa es otra interesante historia para contar. Muchas cosas de las que platicar del fútbol profesional). Dos años y medio fue mi paso por la grilla universitaria. Me fuí creyendo que ese tipo de prácticas quedaban atrás encerradas en los campus universitarios. No podía estar más equivocado. La grilla uaseña encontró la manera de escalar los muros rosalinos y se esparció en el resto de la política sinaloense.
Desde luego que la política tradicional no uaseña dista mucho de ser pura, casta y virginosa. Está plagada de mañas, deformaciones y trácalas de todo tipo. En la política tradicional las confrontaciones se dan de manera impersonal. La lucha es por el Poder e intereses. Una vez obtenido el objetivo, el adversario cae en el olvido de parte del triunfador, se les tiende puentes ignora de manera llana.
En las formas Uaseñas la lucha es personal. Importa ganar, pero es más importante destruir al enemigo. Los pleitos son encarnados y no se resuelven en mesas de café (cómo sí lo hacen los políticos tradicionales).
No debería sorprender que los políticos que aprendieron a hacer política en la UAS apliquen esas formas en espacios no universitarios. Son años forjados en esas luchas, tácticas y estrategias. La formación no se olvida porque uno cambia de casa.
Sinaloa vive una etapa donde la política antigua política universitaria es la regla; no es la excepción. Lo que se construyó por décadas en escuelas y facultades hoy se aplica en la política en general. Es muy difícil que las personas cambien sus formas de actuar cuando luchaste con esas armas por décadas. Las luchas universitarias del pasado viajaron al presente. No evolucionaron, solo cambiaron de escenario. La lucha no terminará hasta que la destrucción llegue a los grupos. Así es la Uasificación de la política.
¿Usted qué opina amable lector? ¿Le gusta la política a la uaseña o prefiere las formas anteriores?