Los Tomateros fueron barridos en su propia casa por los Naranjeros, aplicándose aquello de que “con la vara que mides, serás medido”. Ellos venían de aplicarle una limpia a los Sultanes en Monterrey, en lo que parecía un repunte después de ese mal arranque de campaña -todavía sigue siendo- tras perder tres de cuatro juegos como locales.
Pudiera ser este uno de los inicios de campaña más flojo del conjunto guinda en los últimos años jugando como local. Perdieron el juego inaugural con Guasave, y los Yaquis vinieron a meterle dos tropezones, mientras que Hermosillo avivó el fuego recetándoles esa barrida con blanqueada incluida.
El equipo no ha sabido imponer su condición de local, y mucho menos convertir su parque en una fortaleza. De siete juegos disputados como anfitriones, han perdido seis, números no muy halagadores si tomamos en cuenta que de acuerdo a los resultados en calidad de local, es como se acerca o se aleja el público. En su parque realmente han sido vulnerables.
Contra Hermosillo se bateó bien (33 imparables entre los tres encuentros) y el pitcheo no estuvo tan mal. Los fracasos se registraron por otras situaciones, por ejemplo, la falta de un batazo oportuno, el mal corrido de bases, y algunos relevos que poco o nada aportaron a la causa. Esto, desde luego, sin demeritar el trabajo colectivo del rival, cuya principal arma fueron los batazos de largo alcance.
A los guindas parece mojárseles la pólvora después de la sexta entrada. En ningún inning, luego de ese capítulo, consiguieron timbrar carreras. Vea usted: en el primero de la serie, que se extendió a 11 innings, llegaron a estar arriba 6-3 en cinco tandas completas, pero los relevistas echaron por la borda esa ventaja.
Primero un cuadrangular contra Óliver, y la infumable salida de Ryan Clark, estropearon lo que pudo haber sido extender a cinco sus victorias consecutivas. El japonés Hayato Takagi volvió a tener una apertura pésima, cargando con cuatro carreras en cinco innings, mientras que en el tercero Wilmer Ríos simple y sencillamente les dio de comer en la mano con una blanqueada combinada.
En ese tercer juego habrá que consignar también el mal corrido de bases o la desatención de los coaches. Regalaron outs que pudieron cambiar el rumbo del juego, como aquel hit de Isiah Gillam, que trató de extender a doblete en la cuarta, y Efrén Navarro buscando hacer lo mismo un inning después.
Y qué decir de aquel noveno inning del segundo juego, que perdieron 5-4, cuando Elizalde y Gillam se pusieron en bases sin out, con el primero representando el empate. Benjamín Gil guardó el librito que nadie conoce y dejó libre a Navarro, que terminó borrando la posibilidad de empatar al batear para doble play.
Las cosas estuvieron mal y de malas. Así de sencillo.
JUEGAZO. En la actualidad es poco común ver a un lanzador trabajar más de seis entradas y que haga 100 o más pitcheos. Lo que Wilmer Ríos hizo el domingo fue para enmarcarse. El guasavense llegó hasta la novena entrada buscando cincelar su primer juego completo como abridor, pero se le negó después de dos outs cuando concedió boletos espalda con espalda a Elizalde y Gillam, cuya presencia en las bases no representaban amenaza alguna en el marcador.
Ríos hizo 107 disparos y registró su ruta más larga en un partido, como queriendo emular a su famoso padre Jesús “Chico” Ríos, quien exprimía su brazo en cada salida. Hoy en día no es fácil ver un lanzador con esas características, y menos como las del oaxaqueño y tutor de Wilmer, quien en 1985 en LMB les decía literalmente a los relevistas que se quedaran en casa. Ese año lanzó 26 juegos sin ayuda.
