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Sin pasaporte no puedes viajar

Stefan Zweig nos dice en su libro, El mundo de ayer, que en una ocasión un exiliado ruso le dijo:  “Antes el hombre sólo tenía cuerpo y...

José Antonio Ríos Rojo
José Antonio Ríos Rojo | Foto: Línea Directa

Stefan Zweig nos dice en su libro, El mundo de ayer, que en una ocasión un exiliado ruso le dijo:  “Antes el hombre sólo tenía cuerpo y alma. Ahora, además, necesita un pasaporte, de lo contrario no se lo trata como a un hombre”.

Antes de 1914 el mundo era libre y la tierra era de todos. A partir de la Primera Guerra Mundial se limitó la libertad. Tal vez nada demuestra de modo más palpable la terrible caída que sufrió el mundo a partir de la Primera Guerra Mundial como la limitación de la libertad.

Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería.  No  existían permisos ni autorizaciones. La gente subía y bajaba de los trenes y de los barcos sin preguntar ni ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de papeles que se exigen hoy en día.

No existían salvoconductos ni visados ni ninguno de esos fastidios; las mismas fronteras que hoy aduaneros, policías y gendarmes han convertido en una alambrada, a causa de la desconfianza patológica de todos hacia todos, no representaban más que líneas simbólicas que cruzaban con la misma despreocupación que el meridiano de Greenwich.

Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a transformar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio o, por lo menos, el temor al extraño.

Nos dice Stefan  Zweig, que  en todas partes la gente se defendía de los  extranjeros, en todas partes los excluían. Todas las humillaciones que se habían inventado antaño sólo para los criminales, ahora se infligían a todos los viajeros, antes y durante el viaje.

Uno tenía que hacerse retratar de la derecha y la izquierda, de cara y de perfil, cortarse el pelo de modo que se le vieran las orejas, dejar las huellas dactilares, primero las del pulgar, luego las de todos los demás dedos;  además, era necesario presentar certificados de toda clase: de salud, vacunación y buena conducta, cartas de recomendación, invitaciones y direcciones de parientes, garantías morales y económicas, rellenar formularios y firmar tres o cuatro copias, y con qué  faltara  uno solo de ese montón de papeles, uno estaba perdido.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se enfrentó en lo que se le dio en llamar la Guerra Fría. Se formaron dos bloques, uno liderado por EUA y el otro por Rusia. El tránsito por el mundo se complicó más, se crearon más aduanas y la desconfianza hacia las personas extranjeras aumentó. Al emigrante se le veía como espía, con desconfianza. En Alemania se creo un muro para dividir a este país. Ya no podías viajar ni en tu propio país.

Así sigue el mundo, los conflictos bélicos acentúan las dificultades para viajar, la desconfianza aumenta.

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de José A.Ríos Rojo

José A.Ríos Rojo

Columnista

José A.Ríos Rojo

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