El tiempo ha dejado de ser un concepto de ayuda en nuestro día a día para volverse una enfermedad. Parecería que vivir de forma lenta y tranquila nos hace ineficientes. Para muchas personas el “perder el tiempo” se convierte en un pecado, porque aprendemos que “entre más rápido mejor”. Lo peligroso es que en realidad lo que estamos perdiendo no es el tiempo, sino la vida.
Esta forma de vida, la de vivir siempre aprisa, tiene sus consecuencias. Primero, nuestro organismo estará permanentemente sobreestimulado. Constantemente estaremos produciendo adrenalina y cortisol, que es la hormona del estrés.
Cuando el organismo “se adapta” para vivir a esa velocidad dejamos de respirar de forma profunda y tranquila y esto aumenta las probabilidades de enfermar. El estrés es la mejor forma de “fabricar” dolores y malestares que con el tiempo se vuelven parte de nosotros
Obviamente vivir lentamente no significa que vayamos caminado en cámara lenta o hace todo despacito como dice la canción. Vivir lentamente significa darnos el tiempo para experimentar cada momento que estamos viviendo.
Vivir lento significa que le bajes al acelere y a la prisa de tus días para que puedas vivir el momento presente. Es tener momentos para que puedas traer tu mente a la conciencia del ahora.
Con esto podremos disfrutar realmente de lo que estamos viviendo y no de lo que ya vivimos o de lo que podríamos vivir. Si siempre vamos rápido, no podremos nunca saber y darnos cuenta de lo que está pasando.
¿Por qué nos cuesta trabajo dejar de vivir apurados?
En primer lugar, por nuestras creencias. Nos han inculcado que “mientras más haces, más productivo eres”, o “si llegas primero, eres mejor”. La mente interpreta la realidad dependiendo de sus creencias, y si en esas creencias o necesidades está el darte valor dependiendo de lo que alcances a hacer es indiscutible que vivirás apurado toda la vida.
Como segundo punto está el que muchas veces confundimos el ser con el hacer. Como parte de la evolución de nuestra sociedad le hemos dado valor a lo que hacemos y entonces creemos que depende de lo que hacemos es lo que somos. Es decir, entre más o mejor hagamos, mejores personas somos. Y aquí es cuando se da una paradoja porque lo primero que tendríamos que trabajar es nuestro SER para que el HACER se dé de forma natural y sin esfuerzo. Cuando trabajas en lo que eres no importará lo que hagas.
Un tercer punto es que no trabajamos en la atención plena. Es decir, que ponemos atención a todo menos a lo que hacemos. Cuando llegamos a algún lugar o nos encontramos con alguien no paramos para observar, podremos ver un paisaje, pero solo por “encimita”, no ponemos atención a los procesos, dejamos de atender las sensaciones de nuestro cuerpo y nuestras propias emociones, dejando que se vayan acumulando estresores y tensiones que nos llevarán a continuar viviendo de manera cada vez más rápida.
Otro elemento son los estímulos externos a los que estamos expuestos, y el problema no es la cantidad de información que recibimos, sino que mayormente es información útil e interesante a nuestros ojos. David Allen, consultor y especialista en productividad, nos explica que si no tuviéramos la capacidad de manejar toda esta información “nos ahogaríamos”, sin embargo, lo que realmente nos estresa y nos lleva a acelerarnos es que toda esa información alrededor de nosotros (internet, medios de información, publicidad, etc.), es interesante para nosotros. ¡Todo nos llama la atención!
La solución a esto es tener claro quién soy y elegir a partir de eso, de esta manera no importa cuanta información recibamos porque a partir de la definición de lo que soy podre filtrar y elegir entre tantas opciones.
¿Qué tan amenazante te parece encontrarte contigo mismo? Pudiéramos encontrar muchas de las respuestas que necesitamos en nosotros mismos, pero al evitar escucharnos, tal vez un domingo cuando llega ese momento en donde “no hay nada que hacer” y no hay con quien convivir y llega la angustia, la incomodidad de tener que parar cuando estamos acostumbrados a ir siempre aprisa. Esa incomodidad de tener la oportunidad de escucharnos a nosotros mismos.
Otro factor que nos impide vivir lentamente y disfrutar es que existe una diferencia entre nuestra intención, nuestra atención y nuestra acción. La intención es “para qué hago las cosas, qué quiero lograr”, la atención es donde está mi mente tal cual, y mi acción es donde está mi cuerpo, lo que hago. Si no dirijo estos tres elementos hacia una misma dirección y hacia un mismo propósito, seguramente me sentiré insatisfecho con lo que hago y tendré momentos de vacío existencial. Por eso primero debo preguntarme la intención para a partir de eso alinear mi atención y mi acción.
¿Cómo le bajo a la velocidad?
1.- Actualiza tu estado constantemente. Cuando estés haciendo algo, actualiza tu estado en tu mente. Te doy un ejemplo, “estoy escribiendo la columna para línea directa”, “estoy yendo al banco”. Es como si estuvieras actualizando tu estado de Facebook constantemente. Este ejercicio te facilitara el traer tu mente y tu atención a lo que estás haciendo, al presente y a tener conciencia de lo que haces.
2.- Una cosa a la vez. Evitar el hacer varias cosas al mismo tiempo. No digo que no puedas hacerlo, pero entonces tendrás la atención divida en muchas cosas a la vez y terminaras mucho muy cansado.
3.- Ten momentos para ti que no incluyan hacer alguna activada, me refiero solo a estar contigo, a escucharte y a darte cuenta de tus necesidades, si no, ¿cómo vas a satisfacerlas?.
4.- Pregúntate cuál es la intención de hacer lo que y deshecha lo que no te esté ayudando a cumplir esa intención.
5.- Vacía tu mente de todos los asuntos pendientes. Recuerda que tu mente es para crear y no para almacenar cosas sin terminar.
6.- Pon atención tu diálogo interno. Esa voz que te habla y todo el tiempo te está diciendo lo que tienes que hacer después de lo que estás haciendo y que con eso te mantiene corriendo todo el dia. Tú no eres esa voz, eso es lo que aprendiste y se dispara de forma automática.
7.- Avanza a tu propio ritmo. Obsérvate y date cuenta cuando aceleras. Cuando puedas darte cuenta solo baja la velocidad y haz conciencia de lo que está pasando y de lo que estás haciendo más allá de a dónde quieres llegar.
8.- Haz el siguiente ejercicio: contempla durante 5 minutos algo que tenga que ver con la naturaleza, puede ser un paisaje, una planta, un árbol, etc. y solo observa su movimiento, su ritmo.
Cuando te caches viviendo de prisa solo haz una pausa, haz un alto y regresa la atención a tu respiración y retoma un ritmo con el que te cómodo o cómoda.
Tomate el tiempo para disfrutar de lo que estás haciendo. Si te llega el pensamiento de “es suficiente, tengo muchas cosas que hacer”, solo continúa en eso que disfrutas por 5 minutos más para que no pares tu momento de placer de golpe.
Te agradezco cualquier comentario acerca de esta columna y si crees necesitar acompañamiento profesional con respecto a este tema o conoces a alguien que lo necesite, escríbeme un Whatsapp al número 6671313403 y visítame en Facebook en: https://www.facebook.com/sensumpsicologiaycrecimiento/
Te dejo un abrazo.
Juan José Díaz
Psicólogo y psicoterapeuta