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Sergio Félix Tamayo

Culiacán, Sin. – Desde Barcelona, se trajo los dos tomos de “Los Miserables”, impresos en los Talleres Gráficos Socitra, de aquel rumbo, editados en marzo de...

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Culiacán, Sin. – Desde Barcelona, se trajo los dos tomos de “Los Miserables”, impresos en los Talleres Gráficos Socitra, de aquel rumbo, editados en marzo de 1963 por Delos-Aymá.

Con 672 páginas el tomo uno y 692 el tomo dos, de pasta gruesa y papel de batalla, cargarlos y traerlos ya era mérito grande, sobre todo porque también cargaba lo otro.

Se sabe que la publicación original, en francés, tenía unas mil 500 páginas y la primera traducción al inglés es todavía más larga, mil 900 páginas.

La que trajo Sergio Antonio Félix Tamayo de Barcelona es de mil 364 páginas, sumando los dos tomos, tipo chico y líneas cerradas, la más completa en español.

Yo sabía de esa edición, pero nunca la había conseguido. Conocía y había leído algunas otras ediciones, hay muchas, la de Porrúa; la traducida por María Teresa Gallego, de Alianza Editorial, y la de Bruguera.

Como dije, sabía de la edición de Delos-Aymá, y en la primera mitad de los setenta del siglo pasado la busqué, sin éxito, en las librerías de segunda, cerca del metro Hidalgo, en la Ciudad de México.

Los tiempos tienen sus historias, ya se sabe, y andando en la urbe, me encontraba a Sergio nAntonio, a su hermano Jesús Benito, los dos mis compadres, y a otros amigos cercanos, en la glorieta del metro Insurgentes, donde se cantaba y se bebía.

No era frecuente, de hecho, algunas tres o cuatro veces, pero un amanecer, estando en el departamento de los Gómez, cerca de la glorieta, en la derivación de una de esas pláticas que quieren rondar el saber, y en la búsqueda de lo encomiable, nos fuimos los tres a buscar libros (siempre habrá valor en eso) y de Reforma a Hidalgo anduvimos hurgando.

Le había platicado la historia de Jean Valjean, que él ya conocía, terciando Jesús Benito, que es también la historia de París, de Europa casi, de la superficie y el fondo del espíritu humano.

Esa mañana les comenté, como de paso, lo de la edición deseada que no podía conseguir, que no estaba por ahí.

Fue si acaso un dato, una simple referencia, de esas que tapa el olvido. Nos vimos, desde luego, muchas otras veces a través del tiempo, y compartimos el mundanal ruido.

Pasaron los años, casi cincuenta, y un día de estos, no hace mucho, se apareció Sergio Antonio con los dos pesados tomos de Delos-Aymá, la traducción de H. G. Simon, con la introducción de Juan Ramón Masoliver, que encontró y trajo cargando desde Barcelona.

No hizo referencia alguna al recorrido aquel que armamos por las librerías de viejo.

A mis manos llegaron los dos tomos y raudo releí a Víctor Marie Hugo, como si fuera la primera vez. Al terminar la lectura, como siempre se encuentra algo nuevo, me propuse ir a continuar la plática de cincuenta años atrás.

No fue posible, la urgencia del desenlace de la vida se adelantó, sin tregua, y la existencia cobró su factura. En mi librero, que es un arreglo medio estrambótico, están los dos tomos, cubierta gruesa, hojas pesadas.

Como el recuerdo, como la vívida presencia de quien fue una gran persona, en el sentido profundamente humano, que es lo importante.

Ahí están los dos tomos, Un día de estos me los llevo, allá donde estés, para seguir hilvanando gestas de lo cotidiano, de la vida y de la muerte. (Sergio Antonio Félix Tamayo, el Queco, murió el pasado día 15 del mes que corre).

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Jorge Guillermo Cano

Jorge Guillermo Cano

Columnista

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