Nuestra entidad está viviendo un repunte de COVID. Somos de los primeros estados que experimentamos las primeras marejadas de los que parece será una tercera ola de la enfermedad. A pesar de tener información científica que las variantes detectadas por el virus son más contagiosas, nosotros estamos actuando inversamente proporcional al sentido de la información: a mayor peligro, menos cuidados y más relajación de las medidas sanitarias.
En los años ochenta y noventa eran famosas las paletas de caramelo en forma de semáforos. Eran bastante malas, pero cumplían la función de rellenar las piñatas en los cumpleaños y las bolsas de dulces para los invitados. Esos semáforos acaramelados eran de mucha más utilidad que los semáforos epidemiológicos de las últimas semanas. Las autoridades harían un bien mayor si regalaran esas paletas entre la población que su intentona por detener la tercera ola de contagios.
La idea del semáforo se construyó con la finalidad de ofrecer información para tomar decisiones entre gobierno y sociedad. Hoy, como cualquier semáforo de país bananero, está fundido y sin mantenimiento. Todos lo ignoran, se lo saltan y por supuesto que no lo respetan; ya ni siquiera alto hacen cuando lo ven.
Las autoridades prefirieron rendirse. Lejos quedaron aquellos esfuerzos por promover las prácticas seguras dentro de los establecimientos comerciales. Las inspecciones desaparecieron y las ganas por cuidarnos se evaporaron. Los ciudadanos tenemos el derecho inalienable a ser idiotas. No lo deberíamos ser, pero lo somos; sin embargo, la autoridad no tiene derecho a la idiotez. Si quieren ser idiotas normales y ejercer sus derechos como tal deberían entregar sus puestos y dejar en ellos a quienes tengan algo de interés de seguir combatiendo en contra de este bicho inmundo
Las autoridades sanitarias y políticas decidieron poner fin al semáforo. Se dieron por vencidos en seguir sus propias reglas. Los semáforos estaban diseñados para respetar cierto nivel de actividades de acuerdo al color del mismo. Eso no sucedió. Fueron muy pocos días los que se respetaron los aforos, números de asistentes y actividades permitidas de acuerdo al color del semáforo. Hoy prefieren desaparece los colores antes que aplicar de nuevo las medidas sanitarias. La idiotez se coronó campeona. No pudieron con ella. Mejor la dejaron libre.
Los ciudadanos no tenemos control. Y nadie lo quiere poner. La irresponsabilidad social es evidente; sin embargo, cuando el Estado y sus niveles de gobierno deciden dejar las cosas a la buena voluntad de los demás es una señal de su incompetencia, apatía e ineptitud. Fracasaron miserablemente en el regreso a clases porque nunca estuvieron preparados para eso. Obligaron a la SEP a empujar el retorno a las aulas desde una perspectiva política, pero con pocos apoyos sanitario y nulos compromisos económicos para que las escuelas acondicionaran sus espacios. Fallaron en su promesa de usar al semáforo como parámetro para tomar decisiones en las aulas.
De la misma manera, las autoridades se muestran indolentes con los cuidados en el servicio público de transporte. Todos los días hay jaloneos entre los operadores del servicio público, usuarios y autoridades. En increíble que después de año y medio de contingencia sigan sin ponerse de acuerdo. No fueron capaces ni de cuidar s sus propios trabajadores. Los principales focos de infección se dieron principalmente en oficinas públicas. Los burócratas quedaron atrapados por los contagios derivados de escasas medidas de prevención. Los ejemplos son muchos cuando se trata de puntualizar el agotamiento del gobierno frente a la tragedia.
Los destinos turísticos libran una batalla entre la enfermedad y la economía. Se entiende la necesidad de mantener a los negocios abiertos y a la economía en movimiento, pero, en lugar de hablar con la verdad para que la gente tome sus propias decisiones, prefirieron barrer los datos debajo de la alfombra y fundir los focos del semáforo con tal de llenar hoteles y restaurantes. Para las autoridades, si ignoras el bicho este no existe y no te vas a afectar. El bicho no podría estar más feliz. El virus se alimenta de la decidía y la ineptidud. Tenemos un bicho bien alimentado.
Los mexicanos nos reímos y olvidamos las tragedias con velocidades sorprendentes. No aguantamos mucho los sentimientos de angustia y estrés. Pasamos muy rápido de la estrujante preocupación a la total indiferencia. No tenemos puntos medios, o, si los hay, son meros episodios anecdóticos de ínfima duración. Esa realidad se refleja en nuestro comportamiento frente a la pandemia…
Por lo pronto hay que apagar el semáforo y dejar que cada quien elija en que momento cruzar la calle.