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Nostalgia: El arma de los conservadores

Hace unos cuantos días tuve un sueño muy vívido. Soñé que estaba en un pequeño local de renta de películas, de esos que pululaban en nuestras colonias...

Juan Ordorica
Juan Ordorica | Analista y columnista Línea Directa

Hace unos cuantos días tuve un sueño muy vívido. Soñé que estaba en un pequeño local de renta de películas, de esos que pululaban en nuestras colonias a finales del siglo pasado y principios de este. Confieso que fue una sensación confortable al despertar. Recordar los pasillos de aquellos negocios con los tiempos interminables de elegir una película por su portada y por la reducida sinopsis en sus carátulas fue un ejercicio de catarsis.

Mi niñez y juventud se construyó junto a los balazos de Rambo, las espadas de Schwarzenegger, las persecuciones de autobuses de Keanu Reeves, videojuegos desconocidos que sólo podía jugarlos en renta porque comprarlos era inalcanzable para un infante. Todo eso se construyó en mi mente como un mundo idílico; sin embargo, al despabilarme de la nostalgia comencé a compararlo con la realidad.

Me engañé con mi nostalgia. Me hice creer que los centros de video eran mejor que las plataformas de streaming. No lo son. Es mucho más práctico contar con una variedad exponencialmente mayor de contenido sobre el cual elegir que los reducidos catálogos de aquellos negocios, aún los denominados Mega o Macro centros. La nostalgia me entregó una descarga de químicos al cerebro que confundió la realidad por unos instantes. Afortunadamente fue poco tiempo en el que duró ese estado; por desgracia, no podemos decir lo mismo de las políticas públicas que vivimos en México en estos momentos.

La realidad es que aquellos centros de renta eran un caos. Uno tenía que esperar días para poder ver la película que querías por estar no estar disponibles; los recargos por entregar tarde las rentas eran un suplicio y las decepciones por elegir películas malísimas estaban al orden del día. Al mismo tiempo, todas aquellas películas y videojuegos que fueron mágicos en aquellos tiempos se volvieron churros instantáneos una vez que los revisité en épocas recientes. Las películas de Stallone y Schwarzenegger me parecieron mal hechas; los videojuegos extraños me parecieron en extremo aburridos y mal diseñados. Ni las películas ni los videojuegos cambiaron. Yo cambié. El mundo para mí es otro. No puedo esperar que algo de hace más de 30 años pueda ser sujeto a las dinámicas de mi realidad actual.

La nostalgia es divertida. Es una ventana a una parte de nuestro pasado, pero se debe de quedar ahí. Cualquier intento por regresar a una época que se quedó atrás es la verdadera escancia conservadora. Negar el futuro y los cambios de los tiempos actuales es la verdadera hipocresía conservadora. El gobierno actual es peor que un conservador en ese sentido: Es un regresor.

Quiere regresarnos a una época que no fue mejor.

Rambo y Schwarzenegger son como Barttlet o la CFE. Presa de la nostalgia, el gobierno actual sigue atrapado en el pasado. Barttlet no cambió. Sigue siendo el mismo político del pasado. La CFE no es mejor ahora que antes. El gobierno cree que aquellos años de gloria de personajes y empresas paraestatales siempre fueron el paraíso. TLEMEX no estaba mejor en manos del gobierno. Conseguir una línea de telefónica para tu hogar era muy complicado. Las tarifas eran absurdas y la tecnología decepcionante

López Obrador vive en un continuo ataque de nostalgia. La naftalina del populismo bombea químicos a su mente para mantenerlo atrapado en el pasado. Los tiempos de Echeverria y López Portillo, donde el Estado controlador y el presidencialismo eran la realidad reinante, existen en la toma de decisiones de nuestro presidente actual. Saborea los colores de la CONASUPO, se vanagloria de empresas propiedad del estado y exuda los libros de la SEP cargado de ideología simplista de la propaganda nacionalista.

López Obrador no es el único explotador de la nostalgia. Estamos viviendo una oleada de políticos que insisten en decirnos que la renta de videos era mejor en los centros de renta. Insisten en convencernos que los chicles motita son mejores que cualquier marca que existan hoy en la actualidad (los chicles motita eran duros al morder y con cantidades de azúcar suficientes para matar de sobredosis a un hormiguero completo). Esos políticos son mercaderes de cuentos y de recuerdos perdidos. La nostalgia es buena siempre y cuando se vea con el retrovisor del camino al futuro. Si el pasado es el destino final estamos en serios problemas.

¿Usted qué opina amable lector? ¿Quiere vivir en la nostalgia eterna o prefiere construir un futuro teniendo como base sus preciados recuerdos?

 

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Juan Ordorica

Juan Ordorica

Columnista

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