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Las montañas y el hombre

Montañas: ¿Por qué hay tanta belleza en ustedes?: Lord Byron

Víctor Victoria
Víctor Victoria, columnista Línea Directa | Víctor Victoria, columnista Línea Directa

¿Qué sería de la vida de él hombre, sin ese continuo andar, caminar, transitar, peregrinar por los senderos que va descubriendo y creando en su existir? Desde que la humanidad es lo que es, ésta por instinto y curiosidad ha levantado su mirada al cielo, -ya sea de día o de noche- topándose siempre con él límite que le impone el horizonte; ha buscado traspasar esa frontera de inquietud, conocimiento y asombro que le representa tanto la belleza como lo imponente que puede resultar estar frente a la montaña.

En los mitos de prácticamente todas las culturas, la montaña es uno de los símbolos que con frecuencia se citan en momentos clave de su relación con lo divino. La humanidad ha hecho de la cumbre un refugio de lo sobrenatural, una sede de las almas de sus héroes y de aquello que lo sobrepasa; su interpretación de la physis -como llamaban los griegos a la naturaleza- se originó seguramente desde habitar las llanuras, las orillas de los ríos y algunas planicies desde donde miraban con temor, asombro y dudas: sus montañas. Es desde esa experiencia de vida donde comienza el hombre a crear una narrativa de mitos y junto con ello una manera de ir configurando y definiendo su relación con la vida y todo aquello que lo sobrepasa.

Los montes Olimpo, Merú, Mashu, Sinaí, Parnaso, Coatepec, Nisa, Machupichu entre cientos de montañas, han inspirado por su naturaleza diversos mitos, leyendas y cosmovisiones del mundo; haciendo de las montañas parte fundamental de la construcción de un imaginario que le da forma y fondo a cada una de las culturas que se desarrollaron alrededor de ellas. El Bios de la montaña se impone ante la efímera vida humana.

Los griegos disponían de dos términos para expresar lo que hoy nosotros llamamos vida: Zōḗ, que señala el simple hecho de vivir común en todos los seres vivos, (animales, plantas, hombres o dioses); y Bios que indicaba la forma o manera de vivir de un individuo o un grupo social. [1] De ahí que pensar en ascender a la montaña, implica hacer de ese caminar, una forma de vida. Hacer sendero significa no sólo marcar la tierra de la montaña con nuestras pisadas humanas, sino al mismo tiempo en que se va escalando la montaña, se inicia un viaje interno como una tarea de sí, un cuidado de sí, y un descubrimiento de sí.

Caminar y hacer montaña pertenece al orden del ser, del pensamiento; somos intencionalidad, somos arrojo hacia la vida y buscamos llenar y darle sentido a eso que en algún momento se va a terminar. No es difícil imaginar al Sócrates adolescente caminar y subir el monte Parnaso para llegar a Delfos y recibir ese imperativo délfico del Gnothi seautón -Conócete a ti mismo- como una tarea que determinaría toda su vida; los viajes a la montaña tienen ese efecto existencial: transforman vidas.

Voy a contar ahora la historia del Zaratustra. La concepción fundamental de la obra, el pensamiento del eterno retorno, esa fórmula suprema de afirmación a que puede llegarse en absoluto, es de agosto del año 1881: se encuentra anotado en una hoja a cuyo final está escrito: «A 6.000 pies más allá del hombre y del tiempo» Aquel día caminaba yo junto al lago de Silvaplana (Suiza) a través de los bosques; junto a una imponente roca que se eleva en forma de pirámide no lejos de Surlei, me detuve. Entonces me vino ese pensamiento.[1]

La montaña impone dificultad y como recompensa un suspiro de conquista y trascendencia ante la vida; ellas llevan millones de años ahí, y ahí seguirán después de nosotros.

Montaña y sendero como metáfora de la condición humana, buscamos reconocernos y descubrirnos en ella. La gran mayoría del nacimiento de las deidades se han dado con referencia a la montaña; ahí nacen, mueren o se transfiguran. Los primeros senderistas seguramente no llegaron por vocación, sino por necesidad, ya sea material o espiritual.

La montaña simbólicamente se eleva por encima de la ignorancia y los tiempos humanos. Y es que eso es la existencia humana: un constante caminar para buscar elevarnos de nosotros mismos; somos cumbre, camino y meta.

[1] AGAMBEN, Giorgio, HOMO SACER El poder soberano y la nuda vida, Pretextos, 2006.
[2] NIETZSCHE, Friedrich. Ecce homo, Alianza Editorial, 2004.

 

Fuente: Internet

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