El beisbol ha sufrido muchas modificaciones de 1973 a la fecha. Ese año empezó con la aplicación del bateador designado que solamente lo adoptó la Liga Americana y que inauguraron un choque entre Yankees y Medias Rojas el 6 de abril, con Ron Blomberg pasando a la historia como el primer jugador en desempeñarse en una posición ofensiva sin estar dentro del cuadro.
Con el paso de los años se movieron piezas como juego de ajedrez, algunas cosas que resultan interesantes y otras no tanto. Los cambios llevan muchos fines, pero casi todos enfocados a disminuir el tiempo de juego.
Las bases con otras dimensiones, el guante especial para el corredor, el reloj, los revires limitados, iniciar extrainning con corredor en la segunda, el tiempo entre cada bateador y hasta condicionar al pitcher a no salirse la placa más de dos veces por elemento al que se enfrente, son solo algunas de las alteraciones.
Con la aplicación de estas nuevas reglas, efectivamente, se ha logrado abreviar los tiempos, porque se han vuelto muy raros los partidos de 4 horas o más. Algo es algo, dijo el calvo cuando le brotó con un solo cabello.
Y aunque no todas las ligas profesionales utilizan el reloj como prioridad para evitar los choques largos, los resultados parecen ser del agrado del consumidor, en este caso el aficionado.
¿Alguien ha reparado en que los tiempos pueden resultar más bajos si eliminan otros tres puntos que van en contra de esas intenciones? Me refiero de manera específica a las visitas del coach de pitcheo, a los cambios de lanzadores y a la continuación de calentamiento de estos ya una vez sobre la lomita de pitcheo.
Una asistencia del coach a la lomita consume mínimo dos minutos. Y si en esa misma entrada el manager decide removerlo, súmenle entre la salida al dogout y la trayectoria del nuevo lanzador a la lomita al menos cuatro minutos más.
Pero aún hay más: el pitcher sustituto, que supuestamente es llamado por tener su brazo ya en condiciones, llega y le come al reloj otro par de minutos haciendo tiros de calentamiento.
Con esos tiempos, en un partido en el que se realizan de cuatro a cinco movimientos por equipos ya hubo al menos unos 30 minutos de “tiempo muerto”.
¿Será posible que entre tantos cambios alguna vez puedan suprimir que el relevista suba a la placa a seguir calentando? ¿Será posible que alguna vez el coach de pitcheo se pueda dirigir al lanzador con alguna herramienta de comunicación sin necesidad de visitarlo, tal vez solo para calmarlo?
Recordemos que la tecnología ya se aplica con la incorporación del “PitchCom”, un sistema que vino a borrar las famosas señales del receptor hacia el serpentinero, por aquello del robo de indicaciones que una vez explotó en las Grandes Ligas con los Astros de Houston como protagonistas.
El “PitchCom” es un dispositivo electrónico que permite al cátcher comunicarse con el lanzador. Lo portan en sus gorras. El receptor usa dicha herramienta para pedir el lanzamiento que le ha sido indicado desde el vestidor, y entre sus componentes tiene un teclado de nueve botones.
Soñar no cuesta nada.