Hace algunos años, Don Heriberto Galindo regaló a los diccionarios políticos, una definición de lo que en política se denomina “la línea” -torrente que baja desde las alturas, nadie sabe de dónde viene, pero termina dando luz a los almas perdidas –
Palabras más palabras menos, lo que Don Heriberto intentó plasmar en esas profundas palabras, es una descripción de un ritual del sigo pasado que se niega a morir en nuestros días. Sobre todo, en el PRI, la línea no puede dejar de existir. La necesitan. Se sienten huérfanos sin esa fuerza invisible, pero tan real como respirar.
La famosa línea tiene nada que ver con la tan aclamada disciplina partidista, todo lo contrario, la función de esta instrucción divina tiene que ver con la destrucción de la individualidad y cualquier rasgo de libre pensamiento.
Los fanáticos de Star Wars recordamos la escena donde el emperador desde su trono ordena sin mayor pudor la destrucción de un planeta, moviliza su estrella de la muerte y al instante un orbe queda pulverizado por un poderoso rayo láser. El momento no deja lugar a dudas, el emperador no tiene espacio en su agenda para sociedades rebeldes, la negociación no es una opción, sólo la desaparición de quien se opone a sus designios es la verdadera respuesta.
Construir y no destruir, debe ser el legado de un líder, impulsar y no frenar es la verdadera vocación de un Estadista. Hoy vemos que la nueva línea que espera el PRI no viene de su partido. Viene de un nuevo emperador. No el suyo, pero emperador al fin.
Para muchos políticos, especialmente los del PRI o cualquiera que venga de ahí, solo el presidente y Dios pueden determinar el destino del país. Uno tendría que pensar más de dos veces dejar en manos de Dios su destino; después de todo, basándonos únicamente en las pruebas literarias de las decisiones monolíticas que Dios ha tomado, los depositarios de la línea divina no han salido bien librados, aquí unos ejemplos de eso: Adán expulsado del paraíso, Noé siendo testigo de la humanidad ahogada, Moisés como cómplice de asesinatos egipcios, Josué masacrando a los pobladores de Jericó y un sinfín de historias más, donde la línea divina más que cobijar a sus protagonistas terminan avasallando a quien no está de acuerdo con ella enfrentando su aniquilación. Luego, el presidente no es Dios y Dios no quiere ser político. Son los espíritus débiles los que entregan su futuro a la voluntad de otros.
No debería ser una aspiración de ningún partido político moderno seguir impulsando, promoviendo y presumiendo estas prácticas como modelo de éxito en su operación. No se entiende cómo un partido caído en desgracia siga negándose a la democracia. Es inaudito que sigan buscando en el presidente el faro de luz que afianza o destruya sus carreras.
El ciudadano, militante de algún un partido o no, debe tener en sus manos la potestad de elegir, la libertad de pensar, discernir, discutir y comparar, son derechos inalienables de una sociedad libre. No debe de ser el miedo la motivación para tomar una decisión desde el poder. Los mismos priistas que obedecieron sin recato la orden de impulsar la reforma energética, son los mismos que hoy quieren desentenderse de las órdenes del patrón anterior. Quieren entregarse a la línea del nuevo patrón. Tal parece que las palabras de Don Heriberto tienen algo de razón: La línea sí es una fuerza vital; sin ella, terminan ahogándose y apagándose.
La política sin debate y desacuerdos no tiene sentido en todo caso instauremos ¡de ya! el régimen de la Multivac de Isaac Asimov y dejemos todo en manos de ese mítico el Elector Universal. Si sólo se trata de obedecer un mandato, renunciemos a los costos de mantener políticos sin iniciativa propia. El emperador sexenal saldría más barato.
¿Usted qué opina amable lector? ¿EL PRI se entrega a la línea, simula su apertura o sólo quiere negociar para evitar su extinción?