La última vez que estuve en Gin Gin de la Colonia Roma en Ciudad de México, fue con mi amiga reportera Gabriela Soto a finales de 2018, ella se acababa de mudar a la capital, y yo estaba de visita de trabajo. Por el gusto de saludarla, decidimos ir a tomarnos unos “tonics” a ese particular restaurante que tiene una de las mejores coctelerías de la ciudad. Ayer, el mentado Gin Gin fue escenario de uno de los escándalos más bochornosos de la política mexicana en los últimos años.
Por esos años, Javier Corral era un panista doctrinario, lleno de mística, un beato del apostolado de Gómez Morín. Acababa de librar una dura batalla contra Ricardo Anaya, en 2015 buscó la dirigencia nacional del partido albiazul sin éxito. Lo derrotaron abrumadoramente: Anaya 81 %, Corral 16 %. Perdió y le dijo de todo al dirigente electo; corrupto, servil y entregado a Peña Nieto.
Javier Corral tenía el respaldo de la vieja guardia panista, simbolizaba una especie de supremacía moral, apoyada por las vacas sagradas del panismo nacional de entonces. Ruffo Appel, los herederos de Castillo Peraza, José Luis Luege, Rafael Morgan, Fernando Canales Clariond, Juan Carlos Romero Hicks, Roció Morgan, Ana Teresa Aranda, Rebeca Clouthier entre otros. Era como decía Alfredo Reyes: “un purista, un meón de agua bendita”.
Orador pulcro, de argumentos inteligentes y siempre crítico. Tenía una trayectoria impecable, se había formado en la lucha contra el autoritarismo mexicano, era un duro crítico del priismo y en el 2000 ganó la senaduría por mayoría en su natal estado. En 1997 ya había sido diputado federal. Buscó en 2004 la gobernatura de Chihuahua, pero fue derrotado por José Reyes Baeza.
No hace mucho al Presidente Andrés Manuel le dijo “cínico” y a Peña Nieto “corrupto”, era un inquisidor del morenismo primigenio, eternamente peleado con los “dinosaurios del PRI” y Manlio Fabio Beltrones a quien se refirió en más de una vez como “el personaje más obscuro de la política mexicana”.
En 2016 ganó las elecciones en su estado, tomó posesión el 4 de octubre y gobernó con mano dura contra los opositores. Pero todo cambió cuando el dirigente nacional del PAN Marko Cortés, decidió darle la espalda en el proceso de sucesión de Chihuahua y desde el CEN impulsaron a su “archienemiga” Maru Campos, como candidata. Corral y Campos comenzaron una guerra en tribunales que hasta el día de hoy no tiene fecha de caducidad.
De esos lodos vienen las manchas de estos días. La burda exhibición de Ulises Lara fiscal de la Ciudad de México, que con toda la fuerza de su autoridad evitó la detención del ex gobernador señalado de peculado y otros delitos contra le erario chihuahuense. Más valen amigos que dinero, y fue esto lo que salvó a Javier de la cárcel para enfrentar la justicia que lo reclama.
No podemos asegurar que es culpable o inocente, pero sí que tiene cuentas pendientes por aclarar en su entidad. Durante muchos años, Javier Corral denunció los abusos cometidos al amparo del poder, la impunidad que favorecía a los poderosos, la brecha de desigualdad entre ciudadanos y políticos, y el influyentismo como una podrida desviación en la política mexicana.
Corral converso a la izquierda y bajo el cobijo del manto presidencial, se convirtió en la viva imagen de lo que alguna vez criticó. Impunemente, escapando de las autoridades que lo requieren para presentarlo ante un juez, se fue a su casa a esconder unos días más, los suficientes para tomar protesta como senador plurinominal por Morena. Le urge tener fuero para regresar al Gin Gin y ahora sí, sin la molesta justicia tras de sí, tomarse con calma el “negrini” que quedó servido la noche que casi lo atrapan en el kitchenbar en donde se sirven los tragos más coquetos del condado. Luego le seguimos