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Imposible olvidar

Culiacán, 03 de octubre 2022. Ayer se cumplieron 54 años de la matanza, de estudiantes y pueblo, que el entonces gobierno federal perpetró en la plaza...

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Culiacán, 03 de octubre 2022. Ayer se cumplieron 54 años de la matanza, de estudiantes y pueblo, que el entonces gobierno federal perpetró en la plaza de las tres culturas, Tlatelolco, sin que la justicia haya aparecido por parte alguna.

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René Descartes (Renatus Cartesius) encontró que todo lo que había aprendido en el Colegio de la Fleche, donde estudió a principios del siglo XVII, prácticamente no le había servido de nada en la vida ni le había dotado de criterios seguros para distinguir lo verdadero de lo falso.

En 1968, más de 350 años después, la juventud del mundo tenía reclamos muy parecidos (y los sigue teniendo).

La educación superior en todas partes se movía en la promesa de un progreso asimétrico que se distanciaba, por una parte, de la vida real y sus problemas; por otra, se alejaba de su función social en el sentido amplio (y así sigue).

AQUEL ESTUDIANTADO

Por aquellos días del 68, en casi todo el mundo, la asepsia, la incontaminación, las miradas “neutrales” del proceso educativo se enfrentaron con las visiones críticas, que no se conformaban con aquel marco de apariencias, engañoso y frustrante.

Éramos entonces, los estudiantes (como lo son ahora) la “tabula rasa” en la que el poder delegado escribía la historia de vidas futuras que se perdían en la confusión. Pero el lugar, la función designada del ser estudiante entraba en crisis inexorablemente.

Empezamos a reconocernos como actores centrales del proceso educativo y, por lo mismo, exigimos ser tomados en cuenta.

Junto con ese reconocimiento se hacía conciencia del papel no asumido en otra actoría, mucho más amplia, consecuente y ambiciosa: la social y el compromiso con los de abajo, los jodidos de la historia.

HEROÍSMO EN RETIRADA

Cincuenta y cuatro años después del crimen oficial contra el movimiento estudiantil-popular del 68 en México, una mirada sobre aquella generación de la que formamos parte revela que el heroísmo, en la gran mayoría de los casos, se batió en retirada.

Había sido el signo, o la divisa, de una generación que quería asumir su compromiso con la lucha por mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo.

A fin de cuentas, eso fue el 68 para nosotros, para mí, que se mantiene en el recuerdo de cada día, en la emoción y el coraje; también, la definición de nuestras vidas dedicadas a un futuro mejor para nuestro pueblo, el que mantiene a nuestras universidades, el que poco o nada pide y al que se olvida ante la arremetida de los “valores” del capitalismo salvaje.

Ahora es la globalización (o las estrategias que convengan al gran capital) que generaliza las miserias y concentra en unas cuantas manos la riqueza; la imposición de las nuevas reglas de la productividad, la competencia, la agresividad, la eficacia y la eficiencia entendidas en su forma más cruda, utilitaria y egoísta.

O la protección del imperio, en la falacia de un progreso que nunca ha sido de todos, que nunca lo será mientras el capital imponga sus reglas, su violenta voluntad, su egoísmo y su rapacidad.

LOS ESTUDIANTES, AHORA

No hace mucho, al final de una conferencia, un estudiante me preguntó por qué el sentido y la herencia del 68 estaban casi ausentes en la generación actual.

Le respondí que esa cuestión era válida y se ligaba estrechamente a otra que los jóvenes de hoy tienen ante sí: ¿por qué están prácticamente cooptados, ajenos a las causas más profundas de la población y perdidos en la coyuntura inconsecuente?

¿Qué hay excepciones? Las hay, pero son eso.

En general, los últimos “movimientos” no han ido más allá del interés circunstancial de unos cuantos y su beneficio. A la presión que ejercen algunos grupos le siguen, casi invariablemente hasta ahora, salidas o arreglos cuyos términos nada tienen que ver con luchas legítimas.

Tal situación resulta bastante atractiva para los gobiernos de todas partes. De ahí que su mantenimiento no sea en modo alguno coincidental o gratuito.

Habiendo sobrevivido a Tlatelolco, con el recuerdo que pesa, nada más que decir.

EN EL TINTERO

-Habrá que reiterar: como dijo Aristóteles: “Amicus Plato, sed magis amica veritas”. ([email protected]).

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Jorge Guillermo Cano

Jorge Guillermo Cano

Columnista

Jorge Guillermo Cano

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