Antes que cualquier otra cosa venga, un reconocimiento pleno a todas esas voces y plumas que
tienen el valor de tratar temas tan comprometedores para la vida como lo es el narcotráfico. Es
notorio que ante la ¿detención, entrega, secuestro, pacto? de Ismael Zambada y Joaquín Guzmán
López, cientos de notas fueron publicadas. La enorme mayoría de esas opiniones provienen de
medios nacionales y extranjeros.
Las notas publicadas son contradictorias unas con otras. Hay versiones de todo tipo. Desde las más
sencillas hasta las más elaboradas, dignas de un guion cinematográfico o novelesco. No es objeto
de esta entrega exponer esas teorías. Son tantas que no podríamos resumirlas en unos cuantos
párrafos; sin embargo, es necesario hacer una pequeña reflexión sobre las distintas formas de
abordar el tema.
En Sinaloa, casi cualquier periodista tiene información más solida que sus colegas de otras
latitudes. Los periodistas sinaloenses saben más cosas y detalles sobre los movimientos del cártel
que en ningún otro lado. Por desgracia, vivimos en una paradoja de información. Aquellos que más
conocen sobre el tema son los que menos pueden hablar de él. Las repercusiones de hacer enojar
a quien no se debe se pagan con la vida. Es un lujo que solo se pueden dar los que opinan sobre el
tema, pero no viven aquí. Para las y los periodistas sinaloenses, algunas de las versiones vertidas
en medios nacionales y extranjeros son de risa loca. No entienden la dinámica del estado. Tratan al
tema y los personajes como si fuera una serie de televisión en la que hay que adivinar el final. Si
los sinaloenses pudieran escribir con plena libertad sobre el tema ya hubieran ganado más de un
Pulitzer.
Escribir sobre el narcotráfico es adentrarse en un laberinto de sombras, donde la verdad se oculta
tras muros de miedo y la tinta puede convertirse en sangre. Los periodistas que se atreven a
destapar esta olla a presión en nuestra entidad se enfrentan a una realidad aterradora: amenazas,
sobornos y, en el peor de los casos, la muerte.
El miedo es un compañero constante en esta labor. El simple hecho de presentarse ante un
micrófono para dar una opinión sobre un tema que la audiencia pide es un acto de valentía
extrema. Ese lujo solo se lo pueden dar quienes viven alejados del centro neurálgico del cártel. El
miedo a las represalias, a las venganzas, a poner en peligro a sus seres queridos.
Siguiendo con las paradojas informativas, siendo los periodistas sinaloenses los que más conocen
del tema. Son, a la vez, los que menos quieren hablar de él. No se oculta información.
Simplemente se decide hablar lo estrictamente necesario y con las formas más neutrales posibles
para no exponerse demasiado. En cualquier otro tema, los profesionales de la información que
ocurre en un lugar específico sería oro molido para sus carreras. Con el tema del narcotráfico no es
así.
Desde luego que hay sinaloenses valientes que escriben sobre el tema; por desgracia, las voces
más respetadas del tema no viven aquí. Viven en el extranjero o en otros lugares del país. Eso no
pasa cuando se trata de otros temas. Incluso, hay temas de terrorismo que son más seguros para los periodistas que viven en zonas con ese problema que para los que viven en las zonas controladas por el narcotráfico y escriben sobre esos asuntos.
No solo los periodistas están expuestos. Cualquier persona que se atreva a hablar en contra del
narcotráfico se convierte en un blanco fácil. Activistas, políticos, ciudadanos comunes y corrientes:
todos pueden ser víctimas de la violencia narco.
No hay que creer en todo lo que se dice de lo sucedido en Sinaloa. Es tanta la información que la
verdad quedó sepultada. Aunque se llegue a conocer lo que ocurrió, lo más probable es que todos
y cada uno de nosotros nos quedemos con nuestra propia versión. Tal vez eso sea lo mejor.
Muchas verdades ocurriendo al mismo tiempo ponen en riesgo a menos personas
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Crees que los periodistas que escriben sobre el narcotráfico
están suficientemente protegidos?