Es domingo de elección. Va a la urna en compañía de su familia. Saluda a vecinos y conocidos mientras revisa las boletas que le otorgan los funcionarios de casilla. Con el empoderamiento ciudadano en sus espaldas, decididamente marca de manera contundente la imagen que representa la opción política de sus preferencias. Felizmente deposita las papeletas en la mampara transparente. Su decisión cae y se mezcla con decenas de boletas de otros ciudadanos iguales a usted. Respira satisfecho porque cumplió con sus obligaciones ciudadanas… abraza a sus hijos y les comenta con seguridad que en la democracia todos son iguales, como las decenas de boletas que se pierden sin identidad en las urnas frente a ustedes.
Al término de la jornada electoral, los ciudadanos encargados de contar los votos vacían las ánforas en una mesa. Las boletas son todas iguales. Un ciudadano es igual a un voto. Aquí es donde termina la estafa. El romanticismo de creer que todos los votos son iguales aplica para la jornada electoral. El voto igualitario es una estafa que los dueños del poder han vendido con mucho éxito durante décadas y nos hemos creído completamente.
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El voto tiene tres etapas: antes de la elección, durante la elección y la postelección. Podríamos decir que los votos encerrados en la urna es el único momento en que todos valen lo mismo, pero eso no define la elección. El voto de un servidor y el de la presidenta de la república no valen lo mismo. Hay jerarquías. Supongamos que tanto un servidor como la presidenta de la República decidimos a quién apoyar seis meses antes de la elección. Nuestros dos candidatos parten de cero y nadie los conoce. Los dos tenemos un voto diferenciado, pero no valemos lo mismo. Tanto la presidenta como un servidor haremos lo que esté a nuestro alcance para que nuestro voto se multiplique; sin embargo, las herramientas de multiplicación de voto que tiene la presidencia son infinitamente superiores a las herramientas que yo pueda tener; por lo tanto, el voto presidencial arranca el proceso con mucho más peso que el mío.
Pasando la elección y después de contar los votos, tanto la presidenta como un servidor queremos que nuestro voto individual quede en la cuenta del ganador. Nuevamente, ambos haremos uso de nuestras herramientas para tratar de que el conteo de los votos favorezca nuestra elección. El acceso al seguimiento del conteo, abogados, impugnaciones, etc., pueden determinar el resultado de los conteos. La presidenta tiene más fuerza en sus decisiones que las de cualquier particular.
El voto no nos hace iguales. El voto se convirtió en un proceso burocrático para imponer la decisión de la suma de todos aquellos que tienen más jerarquía en sus decisiones. El voto nunca ha valido lo mismo y nunca lo hará. Lo que decide elecciones no es otra cosa que la influencia personal multiplicada. Quien tenga más influencia sobre sus semejantes es quien determina el resultado de las elecciones. Los votos no valen igual. El voto de una estrella de cine, políticos encumbrados, influencers, etc., son más poderosos que los ciudadanos comunes sin influencia alguna. El proceso anterior y posterior al voto es lo que termina definiendo ganadores y perdedores. La imagen de las boletas sin rostro llenando las urnas es una buena propaganda de la democracia. El voto es un fraude que legitima los intereses de los poderosos.
Con lo anterior no estoy diciendo que votar no sirva o que la democracia no debería existir. Por el contrario, la democracia, desde mi punto de vista, es más que emitir un voto. El voto es un fraude, al menos el voto igualitario. Si usted quiere hacer que su voto realmente tenga peso, debe trabajar primero en conseguir herramientas que le permitan tener más influencia en sus círculos.
Antes, yo era un furioso crítico de los abstencionistas. Ahora los entiendo. La democracia también implica dejar tranquilos a todos los que no quieren participar en un proceso que consideran injusto. Esa también es una opinión muy válida que ayuda a construir una mejor sociedad. No promuevo el abstencionismo, pero lo comprendo. El voto no me da poder. El verdadero poder es la influencia. Todo aquel que quiera participar en un proceso con las reglas actuales de nuestro sistema debería construir influencias antes que buscar votos. Los votos no son nada sin la influencia.
El voto se convirtió en una reliquia inalterable que no debe ser cuestionada. El voto fue elevado al rango de dogma de fe y todo aquel que se cuestione su validez comete herejía. El voto es un instrumento más de la democracia, pero está muy lejos de ser el pilar fundamental de la misma. El voto es la estafa perfecta de los poderosos.
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Qué piensa del voto?