Hoy el presidente Andrés Manuel López Obrador en su declaración de bienes se presentó como un mexicano promedio en cuanto a propiedades. Dos cuentas bancarias con poco más de 400 mil pesos y la finca La Chingada, de la que no se establece valor, pero que tiene 12 mil metros cuadrados de superficie. Ni casa propia ni vehículos.
La transparencia en cuanto a los bienes de los gobernantes es buena, pero no es ninguna garantía de que no robarán. Más que los candados administrativos y legales que se tienen para evitarlo, sirven los valores éticos y morales, a los que también apela el mandatario.
El solo ejemplo de Andrés Manuel López Obrador de no ser corrupto no evitará que muchos de sus colaboradores y gobernantes de todos los niveles miembros del partido al que pertenece sean corruptos. Muchos de ellos lo han sido siempre y no dejarán de serlo solo porque su ahora jefe político no lo sea.
Pero es loable el intento que se pretende con el ejemplo y el perfeccionamiento del marco jurídico para meter a la cárcel a los ladrones disfrazados de servidores públicos.
Y es que el asunto de la corrupción, de los gobernantes ladrones, provoca en los ciudadanos depresión, aumenta su decepción y dispara el hartazgo por los excesos de esa llamada clase política.
Ojalá sea el momento de que ya paren tantos desmanes, tanto saqueo a las finanzas públicas. Provoca tristeza ver el nivel de personajes a los que los ciudadanos les hemos dado el poder, su enfermiza ambición, su arrogancia y tan escasa dignidad para consigo mismos. Evidentemente sus actos revelan notables desequilibrios mentales, una alta carga de locura en su comportamiento. Aquí pongo el nombre de Javier Duarte, pero hay muchos.
De ninguna manera se trata de ver en qué partido, en qué color, hay más corruptos. La cuestión es que de todos los colores que han tenido la oportunidad de tener el poder, desde todo hasta un pedazo, se han corrompido.
La sociedad está molesta, cansada de ser una y otra vez engañada, harta de que no llegue alguien con altura de miras, con estatura de estadista, que venga y ponga orden, y que coloque en su lugar a los gobernantes corruptos, de todos los niveles.
Eso se manifestó en las urnas en julio del año pasado. Ahí están los resultados. ¿Es López Obrador el que va a poner orden en este sentido? No estoy tan seguro, pero soy de los que desean que sí.
Pero no será con el perdón. Que termine ese pacto de impunidad de unos a otros para poder saquear el erario, y que vayan a la cárcel ellos y sus cómplices. Y que no sean cínicos, porque muchos de los que hoy arremeten contra los caídos, contra aquellos que se sobrepasaron en su rapiña o cayeron de la gracia de quien ha ostentado el poder y por eso han llegado a la cárcel o están en proceso, son de la misma calaña o aún más ladrones que los que ahora se atreven a defenestrar pero a los que ayer rendían pleitesía y aplaudían sus rapacerías.
No, no sean hipócritas. El problema no es solo Javier Duarte o César Duarte, Yarrington, Villanueva, Padrés o Granier, sino muchos más miembros de esa méndiga clase política que nos ha gobernado por décadas.
Y responsables también somos nosotros como ciudadanos porque se lo hemos permitido.