En un entorno ya marcado por la inseguridad, como el que enfrenta Culiacán, la desinformación en redes sociales se ha convertido en un problema alarmante que multiplica el temor y la incertidumbre entre la población.
Los rumores y noticias falsas que circulan con rapidez, muchas veces sin verificar, no solo siembran zozobra, sino que agravan una realidad ya de por sí delicada.
La población como víctima y propagadora
Uno de los factores más preocupantes es cómo los ciudadanos, al compartir sin reflexionar lo que consumen en redes, contribuyen a la difusión de falsas versiones de los hechos. Es un círculo vicioso: el miedo generado por la inseguridad real amplifica el impacto de los rumores, que a su vez generan más pánico y desconfianza.
¿Creer o no creer?
El problema no radica únicamente en decidir si se cree o no en lo que se publica en redes sociales, sino en cómo algunas personas y medios replican información sin someterla a un proceso básico de verificación. La velocidad con la que se comparte contenido, especialmente en momentos de crisis, supera la capacidad de análisis crítico tanto de los usuarios como de ciertos medios que, en busca de audiencia, sacrifican la ética periodística.
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El daño social y económico
Las noticias falsas no solo afectan la percepción de seguridad, sino que también generan un impacto directo en la economía local. La cancelación de eventos y la reducción de actividades comerciales son solo algunas de las consecuencias de la desinformación.
En el ámbito social, este fenómeno erosiona la confianza en las instituciones, fractura el tejido comunitario y deja una sensación de caos que por momentos paraliza a la población.
¿Qué podemos hacer?
Frenar la desinformación requiere un esfuerzo conjunto por parte de distintos actores:
Los medios de comunicación deben priorizar la ética periodística y verificar los hechos antes de publicarlos para evitar replicar rumores o información imprecisa.
Los creadores de contenido deben ser conscientes del impacto de sus publicaciones y evitar contribuir a la propagación de información no confirmada.
Los usuarios de redes sociales deben adoptar un rol más crítico al compartir información, cuestionando la veracidad de las fuentes.
Las instituciones y líderes locales pueden promover campañas educativas a través de los medios, sobre el manejo de la información y la identificación de noticias falsas.
Finalmente, para contrarrestar el daño que provocan las noticias falsas, las autoridades deben informar con mayor veracidad y transparencia, evitando minimizar los hechos.
Combatir la desinformación no solo es una tarea técnica, sino también social. Las plataformas digitales deben ser un espacio para informar y generar soluciones, no para amplificar el miedo.
En un entorno de alta complejidad como el de Culiacán, garantizar la seguridad también implica cuidar la calidad de la información que se consume y comparte.