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Cicatrices sangrantes de los jueves negros

El 2019, la capital de Sinaloa se enteró de una manera violenta que la realidad autoconstruida era una mentira. Por décadas, los y las sinaloenses suponíamos que...

Juan Ordorica
Juan Ordorica | Analista y columnista Línea Directa

El 2019, la capital de Sinaloa se enteró de una manera violenta que la realidad autoconstruida era una mentira. Por décadas, los y las sinaloenses suponíamos que podíamos convivir en realidades paralelas entre criminales y sociedad en general. Nos mentimos a nosotros mismos creyendo que nuestra burbuja era diferente a la de los criminales (si yo no me meto con ellos, ellos no se meten conmigo). Ilusamente creíamos que la ciudad era nuestra; que los grupos del narcotráfico eran una presencia que resaltaba el folclor de nuestro estado. La ciudad explotó y nos dimos cuenta que el narcotráfico era dueño de la ciudad. Se doblaron todos los órganos de gobierno y el resto de los ciudadanos fuimos rehenes de cambio para sus intereses.

Más de tres años pasaron del primer jueves negro (culiacanazo le llaman algunos). En una sociedad avanzada se hubieran tomado medidas para que esto no volviera a ocurrir. No fue así.

Tuvimos otro episodio de un jueves negro. Los verdaderos dueños de la ciudad volvieron a mostrar quién manda. En cuestión de horas varias ciudades del estado y sus carreteras resultaron sitiadas.

Regresamos a ser rehenes del crimen. Las autoridades, una vez más, quedaron rebasadas y acorraladas. Es justo reconocer que las fuerzas armadas hicieron una tarea complicada, pero no fuera tan complicada si los gobiernos hubieran hecho su trabajo y no permitieran que llegáramos a esta situación. Ellos crearon al monstruo. Hoy el monstruo se reprodujo y no haya como controlar a su estirpe.

Los sinaloenses tendríamos que ser objeto de estudio social por nuestra habilidad de normalizar las atrocidades de convivir con la violencia. Nuestra situación va más allá de una resignación con nuestro destino. No estamos resignados. Somos entes activos en la construcción de nuestra desgracia. Nos asemejamos a los antiguos domadores de bestias salvajes de los circos: Estamos conscientes que los leones, osos y lobos son capaces de mordernos y causar un accidente fatal; no nos importa porque necesitamos de las bestias salvajes para mantener el circo. No sabemos tener un circo sin animales. Eso somos en Sinaloa. Preferimos mantener la convivencia con lo salvaje antes que intentar modificar nuestras conductas.

Muchas ciudades en México y en el mundo son violentas. Algunas mucho más que Culiacán o cualquier ciudad de Sinaloa, pero hay muy pocos lugares en el mundo donde se sientan orgullos de su violencia. Nosotros nos sentimos orgullos de ella. Desde luego que no lo aceptamos en público. Para eso tenemos nuestras respuestas políticamente correctas: nuestras ciudades son maravillosas, comida extraordinaria, la gente es trabajadora, somos el granero de México, los buenos somos más (los indiferentes somos más). Respondemos siempre con estos lugares comunes porque no estamos dispuestos a cambiar lo que somos.

Tras el jueves negro del 2019, las cosas regresaron a la “normalidad sinaloense”. Las autoridades no hicieron absolutamente por desarticular las base sociales del crimen organizado, menos aún por intentar desarmar a un estado con un armamento suficiente para ir a cualquier guerra.

Nuestra economía no buscó poner límites a los capitales del narcotráfico. Al contrario, aumentamos las inversiones en los rubros donde sabemos que el crimen organizado gasta su dinero. Las escuelas, desarrollos de vivienda, clubes sociales y hasta las iglesias siguieron aceptando sin pudor alguno la convivencia con el circulo de los de las conductas antisociales.

El primer paso para curarse de una enfermedad es aceptar que se tiene. Nosotros no queremos aceptar nuestra enfermedad. Preferimos atiborrar nuestra barriga con placebos inútiles, pero que nos entregan un escape de la realidad. Repetimos como mantra que los buenos somos más y, al mismo tiempo, nos hacemos compadres de “pesados”, consumimos la cultura del narco, nos sentimos poderosos con nuestros narco corridos, recreamos la moda buchona y abrazamos su propio lenguaje. No queremos curarnos. Queremos que la enfermedad se convierta en un estado de salud permanente que sea aceptado por el resto de la humanidad.

Sinaloa regresa a su realidad enferma después del segundo jueves negro. Damos vuelta a la página; sin embargo, nos rehusamos a cambiar de libro. Pronto quedará como una anécdota más los hechos ocurridos en el culiacanazo 2.0. Las campanas de las iglesias replicarán con las nuevas bodas entre sociedad y crimen; los salones de fiestas pulirán sus pistas de baile con el dinero del narco; los conciertos alterados retumbarán con alegría en nuestras ciudades, aplaudiremos a nuevos candidatos con nexos criminales, nuestros intelectuales seguirán escribiendo libros a la mafia y defenderemos todo eso diciendo que no pasa nada porque así somos (es de que todos tenemos familiares metidos en eso).

Pronto, las autoridades regresarán a su narrativa que los crímenes en Sinaloa son muy pocos. Vendrán a presentarnos sus cifras como exitosas. Desde luego que nunca aceptaran que la tranquilidad es prestada. No es una consecuencia de sus acciones. Es un simple regalo del Poder del crimen que puede ser arrebatado cuando les pegue la gana.

No tengo duda que los buenos somos más en Sinaloa. Tampoco tengo duda que Sinaloa no es de los buenos. Sinaloa es de los malos porque así lo han demostrado. Mientras los buenos sigamos ignorando nuestra realidad seguiremos viviendo como simples invitados a las tierras del crimen.

¿Usted qué opina amable lector? ¿Aprendimos y cambiaremos o seguiremos jugando al tío Lolo?

 

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Juan Ordorica

Juan Ordorica

Columnista

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