La noche del 13 de septiembre de 1984 en Los Ángeles, California, nació una historia que se convirtió en leyenda. Julio César Chávez se coronaba campeón mundial superpluma del Consejo Mundial de Boxeo, sin imaginar, y tampoco dimensionar, que su triunfo, puños y hambre de gloria lo registraría como la máxima figura del boxeo con el paso de los años.
Este viernes 13, de terror para unos, se estarán cumpliendo 40 años de aquella histórica e inesperada hazaña cuando el sinaloense, que ni por asomo figuraba entre los mejores del momento y menos como favorito, le dio al tapatío Mario “Azabache” Martínez una lección de boxeo para ganar el vacante título, y que con sus puños cinceló en cada combate su nombre en la inmortalidad.
Todavía repican en nuestros oídos los comentarios de aquellos narradores (Sony Alarcón y Toño Andere), sorprendidos por la calidad de desconocido peleador de provincia que llegó a la ciudad californiana para sorprender a propios y extraños. Esa noche todo México apostaba por el boxeador tapatío quien tenía, en el papel, más cartel que Julio César.
Para muchos nos parece que fue ayer, para las nuevas generaciones es algo que han escuchado de sus padres y confirmado en los diversos videos que pululan en las redes sociales actualmente.
Son cuarenta años de una historia que se acrecienta con el paso de los días, semanas y años, porque nadie, absolutamente nadie ha podido al menos igualar su carrera. Y no me digan que solo el “Canelo” Álvarez lo pudo haber hecho mejor, porque esa sería la peor mentira del mundo.
Chávez fue un boxeador espectacular, técnico, decidido y fuerte. Su paso por el boxeo dejó muchas huellas imborrables. Cada pelea fue una historia diferente, pero sin salirse del guión. En cada una de ellas existe un antes y un después, como para ofrecer material de sobra a la plataforma Netflix y crear mucho contenido importante.
Desde la misma pelea contra el Azabache hasta aquella del 2005 donde dijo “no más”, porque los años y las peleas abajo del cuadrilátero lo consumieron y desgastaron.
Previo a su duelo con Martínez tuvieron que arrebatarle su luna de miel (se había escapado con su novia) para cumplir con tan importante batalla y oportunidad. Contra Frankie Randalla (cuando perdió el invicto) había entrenado solo 15 días debido a problemas familiares. Contra Oscar de la Hoya (la primera) sufrió un corte una de sus cejas en el entrenamiento unas cuantas horas antes de esa cita.
Y así, otras más.
Hablar del tumultuoso y apoteósico recibimiento que la afición de Culiacán le dio el 15 de septiembre, también es otra historia y una narrativa que nos volvería a emocionar. Sí, así escribió esa grandeza que hoy cumple 40 años.