El asesinato ayer del candidato de Movimiento Ciudadano en Cajeme, Sonora, Abel Murrieta, un personaje con amplia y reconocida trayectoria política y en el servicio público, vino a mostrarnos la grave violencia en el quehacer político nacional.
Más de 80 actores políticos muertos en lo que va del proceso, cantidad reconocida oficialmente, que es seguro presenta algún margen de subregistro.
Se trata del proceso electoral tan violento como el de 2018, lo que obliga a una urgente reacción de los más destacados miembros de la clase política de todos los niveles, gobierno y sociedad.
A pesar de que los mayores focos de incidencia de estos delitos están ubicados en entidades como Guerrero, Oaxaca, Puebla, Estado de México, Veracruz y Tamaulipas, aquí en Sinaloa se han registrado algunos indicios de que se presentan presiones para algunos actores a fin de que dejen sus espacios.
A pesar de los serios señalamientos que se han hecho entre algunos protagonistas de la política en el estado, afortunadamente no ha pasado nada grave, pero ante la radicalización de las posturas, sí parece necesario que todos hagan un llamado a sus seguidores a la cordura.
Desde el mismo Palacio Nacional ha salido información en el sentido de que se implementarán acciones para brindar seguridad a los contendientes. Pero en tanto eso se concreta, la violencia sigue.
No es difícil que de la violencia verbal que estamos enfrentando en estas campañas políticas se pase a la violencia física. Ante ello, todos los protagonistas deben alzar la voz con gran responsabilidad para llamar a sus seguidores a la sensatez.
Si la liga la están estirando mucho, es necesario que le quiten presión los propios candidatos y hagan un llamado a la prudencia de todos. Ahí también se miden sus méritos, su capacidad y su generosidad.
A nadie conviene que se desate más violencia, ni le hacen falta mártires.
