Roma. Entre los nombres que suenan con fuerza en el Vaticano como posibles sucesores de Francisco, destaca el del cardenal Matteo Zuppi, figura emblemática del ala reformista de la Iglesia. Su trayectoria combina una visión social comprometida, habilidades diplomáticas y una capacidad notable para generar consensos incluso entre sectores opuestos.
Con formación en literatura, filosofía y teología, Zuppi ha estado ligado desde sus primeros años al movimiento de la Comunidad de Sant’Egidio. Con ellos participó en procesos de paz como el de Mozambique en 1992, experiencia que reforzó su perfil internacional y su imagen como un pastor cercano a los más vulnerables, apodado con afecto como el “cura callejero”.
Su camino dentro de la jerarquía eclesiástica ha sido ascendente y constante. Fue ordenado sacerdote en 1981 y nombrado obispo auxiliar de Roma por Benedicto XVI en 2012. Tres años después, el papa Francisco lo designó arzobispo de Bolonia, una de las diócesis más importantes a nivel económico, y en 2019 lo elevó al cardenalato. Su afinidad con el actual pontífice se refleja en su adhesión a iniciativas como Evangelii Gaudium y su participación en la histórica declaración interreligiosa de Abu Dabi.
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Zuppi ha sido identificado con posiciones progresistas: apoya una Iglesia más abierta a personas LGBT y a divorciados vueltos a casar, y promueve el diálogo interreligioso. No han faltado controversias, como su cercanía a figuras de izquierda o su relación con Gioele Magaldi, quien afirmó haber sido casado por él.
Sin embargo, también ha dado señales de sensibilidad hacia los sectores conservadores, celebrando ocasionalmente misas en el rito antiguo. Esta apertura múltiple lo perfila como un candidato de equilibrio.