Gran Bretaña. Un coloso de hielo, conocido como A23a, ha quedado atrapado en aguas poco profundas cerca de Georgia del Sur, generando tanto alarma como curiosidad en la comunidad científica. Con un peso cercano a los mil millones de toneladas y una extensión equivalente al doble del área metropolitana de Londres, este gigantesco iceberg, que se desprendió de la Antártida en 1986, finalmente comenzó a moverse tras más de tres décadas anclado en el mismo lugar.
Su llegada a esta remota región del Atlántico Sur ha encendido las alertas entre biólogos y pescadores. El oceanógrafo Andrew Meijers advierte que el enorme bloque de hielo podría afectar la vida marina y la industria pesquera. Si se fragmenta, los trozos a la deriva representarían un peligro para la navegación y podrían bloquear el acceso a zonas de pesca clave. A su vez, el ecologista Mark Belchier señala que los animales que dependen de aguas abiertas para alimentarse, como pingüinos y focas, podrían verse perjudicados.
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No obstante, no todo es negativo. La científica Nadine Johnston sugiere que el derretimiento del A23a podría beneficiar al ecosistema marino. Al liberar nutrientes atrapados en su hielo, se fomentaría el crecimiento del fitoplancton, base de la cadena alimentaria oceánica. “Es como si fertilizáramos el mar”, explica.
Desde el buque de investigación polar Sir David Attenborough, el profesor Huw Griffiths recuerda que, tarde o temprano, el iceberg desaparecerá. Aunque aún conserva gran parte de su tamaño original, su destino es incierto: podría seguir su rumbo, desintegrarse o quedar varado por más tiempo. Por ahora, la comunidad científica sigue atenta a los efectos de este gigante helado en su inesperado escenario.