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Diego Rivera, el de la insulsa sonrisa

Hoy se conmemoran 55 años de la muerte del muralista mexicano

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Redacción.- “Si
se pudiera volver a nacer, ¿regresaría a la Tierra?”, le preguntaba la
entonces joven periodista Elena Poniatowska al, ya maestro, Diego
Rivera. “Ni de chiste”, dijo sin titubear. Sin esperanzas quedó el
mundo desde entonces. Si la reencarnación existiera, en su natal
Guanajuato no nacería nadie como él. Con su carácter, con sus trazos,
con su desparpajo, con sus ideas revolucionarias, comunistas y
sociales… con la capacidad de amar y lastimar, al mismo tiempo, a una
mujer como Frida Kahlo.
El hombre que confesó que nunca había querido a su madre y que
hubiese preferido no nacer antes de hacerle daño a la única “hembra”
que de verdad amó, se liberó al morir. Hoy se conmemoran 55 años de su
libertad. “Jamás he conocido a nadie con más aplomo que él. Y no creo
que haya nadie que sepa lo que esconde su insulsa sonrisa”, escribió en
1933 su ayudante Clifford Wight.
Cierto. Nadie lo supo. Quizás, tampoco él. Pero lo que no
escondió fueron sus trazos; primero cubistas -cuando vivió en París en
1916- y luego profundamente indígenas a través del muralismo mexicano
-cuando decidió regresar a su patria en 1922-. Diego María de la
Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y
Rodríguez, como fue bautizado, fue un artista políticamente
comprometido con las causas socialistas mexicanas.
“La figura de Diego Rivera es interesante”, adelanta la
historiadora de arte Federica Palomero. “Hay una especie de conflicto
entre Diego y la vanguardia. En sus tiempos parisinos participó en las
vanguardias clásicas europeas. Pero cuando regresó a México experimentó
un profundo rechazo por su obra. Incluso llegó a deshacerse de algunas
de sus piezas. Con el muralismo, que vale la pena preguntarse sino era
también una vanguardia, rompe con la tradición de la pintura mexicana de
la época de la independencia. Él fue parte de la mitología de la
Revolución Mexicana”, asegura.
Rivera se dedicó a estudiar a profundidad el arte maya y azteca,
que influirían de forma significativa en su obra. Además, investigó el
muralismo del italiano Giotto di Bondone que lo hizo apartarse del
cubismo, por lo que comenzó, gracias a encargos, ha realizar grandes
composiciones en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca; el Palacio
Nacional, el Palacio de las Bellas Artes de Ciudad de México y en la
Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo. “Contribuyo a enaltecer el
mito mexicano. Viajó a Italia para conocer el muralismo de Giotto. Logró
un lenguaje muy específico muy teatral”, dice Palomero.
Rivera fundó, junto con David Alfaro Siqueiros y José Clemente
Orozco, el sindicato de pintores, del que surgió el movimiento muralista
mexicano, de profunda raíz indigenista. Visitó entre 1927 y 1928 la
Unión Soviética. Más de una vez declaró su admiración por Lenin, Marx y
Engels.
“Fue un hombre universal. Siempre vio más allá, desde su
pensamiento político y pictórico mexicano. Su obra marcó la pintura
mexicana. Era un hombre que no se dejaba llevar por lo usual. A él lo
contrataron en Estados Unidos para hacer unos murales y no pudo
terminarlos. ¡No había un sentido político! Para mí era un hombre
horrorosamente hermoso. Tenía demasiada personalidad”, afirma la
curadora Elsa Pericchi del artista que tendrá una exposición, el 5 de
diciembre en el Centro Cultural del México Contemporáneo.
“¿A dónde iría?”, le preguntó Poniatowska. “A todas partes menos a la Tierra”, le respondió el de la sonrisa insulsa.TJ

Fuente: Internet

Fotografía de perfil de Liz Douret

Liz Douret

Editor de Contenidos

Liz Douret

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