Juan José Ríos, Gve, Sin.- Su carita de incertidumbre lo decía todo, sostenía a uno de sus hermanitos en brazos, un bebé de menos de tres meses, estiraba el brazo para agarrar a otro y trataba de atender a las “visitas”. Juanita tiene escasos 10 años, aunque a decir verdad ni ella misma sabe.
No va a la escuela, luego dice que sí, pero no recuerda cuándo fue la última vez que lo hizo, es más no sabe a qué grado llegó. Es una realidad que habla por sí sola, entrar a un espacio de 6 metros por 6 en el que viven al menos 15 adultos, siete parejas y 9 niños, no deja mucho al cuestionamiento.
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Juanita está a cargo de sus dos hermanitos, son bebés, pero hay además 7 más pequeñitos, todos descalzos, mal cuidados y con sus flemas por doquier de la carita, a ella le toca cuidarlos para que sus padres vayan a laborar en el campo.
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-¿Cómo te llamas?
“Juana”.
-¿Cuántos años tienes?
“No sé”, responde y causa una gran sorpresa, a su edad debería saberlo, pero ni siquiera tiene clara la fecha de nacimiento; Juanita nunca ha festejado su cumpleaños.
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La realidad golpea la cara, llegar al espacio de una de las cuarterías que alberga a familias de jornaleros agrícolas en Juan José Ríos, es un golpe al corazón; cómo es posible que vivan en estas condiciones, cómo pueden cohabitar, subsistir y sobrevivir a la buena de Dios.
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Un olor nauseabundo recibe a los extraños, las moscas que se dan un festín en la bolsa de basura pinta el escenario. Adentro, el arroz echado a perder con la cuchara dentro del plato está disponible para que los niños, si les aprieta el hambre, puedan “comer”.
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La muerte de Lupita, con este panorama está sobre entendida, no justificada, es cierto, pero hasta dónde puede un ser humano sobrevivir en estos casos, hasta donde un niño pequeño, un bebé, crea defensas para seguir sumando días a su existencia.
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