Los Mochis, Sin.- Los pueblos indígenas del norte de Sinaloa y sur de Sonora, el mayo-yoreme, tiene su propia cosmovisión y cosmogonía sobre la muerte, así como sus ritos para conmemorar a sus seres queridos fallecidos, usos y costumbres completamente distintos a como lo hacen las etnias del sur y centro de México y que son tan populares en el país.
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Para los yoremes, morir no significa un hecho de tristeza, por el contrario, pese al dolor, en los familiares debe sobreponerse el gozo y la alegría porque el ser amado abandona el mundo material para viajar al tehuecane o mundo del universo “donde no hay dolor, angustia, nada”, explicó Javier Gastélum, fiestero tradicional y padrino, a Línea Directa.
Después de que el ser querido fallece, su familia debe esperar un año para acudir al panteón y colocarle un tapanco “mesa del muerto” en el patio de su casa porque de acuerdo a la cultura y cosmogonía yoreme, son 365 días el tiempo que le lleva a un ánima recibir licencia para regresar del tehuecane al mundo material.
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Sin embargo, al igual que resto del país, para la etnia mayo-yoreme la conmemoración de los muertos es muy importante, para ello cuentan con ritos muy específicos que se han ido heredando generación tras generación de manera oral.
En el norte de Sinaloa y sur de Sonora, la festividad inicia el 23 de octubre para cumplir con el novenario de las ánimas, es decir, ese día, se levanta un tapanco (mesa del muerto) en el patio del domicilio que habitó el ser querido fallecido.
“Se coloca el tapanco con la cruz de palma bendita hacia donde nace el sol, con la vista hacia donde muere el sol”, subraya el también padrino de muerte yoreme.
El tapanco, “es una mesita sostenida por cuatro horcones ya sea de mezquite o de especial de lo que pueda dar la materia prima el ‘juyya annia’ que viene siendo el monte”, con la escasez del mezquite en los últimos años, se han incorporado varas de batamote, guamúchil, guajes o palo colorado.
Javier Gastélum especifica que la mesa del muerto no debe tocar el suelo, su altura va de los 70 centímetros a 2 metros:
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“[…] Esta no toca el suelo porque se dice que entre más alto esté más luego ellos llegan a degustar de sus alimentos y pues la creencia se dice que si llegase a estar un altar como lo conocemos hoy comúnmente en el centro y sur del país, que empiezan desde el suelo, desde la tierra… esa ánima queda arraigada en este mundo terrenal y no puede volver a su mundo de los muertos de donde vienen ellos, por eso se dice que tiene que estar a una altura alta para que ellos no puedan tocar el suelo”.
Al tapanco, en la mesita, en la parte alta, se le coloca agua y luz (veladoras) para que las almas de los muertos calmen su sed por el largo trayecto y comienza todo un ritual por 9 días, hasta llegar al 1 y 2 de noviembre.
“Lo primero que podemos brindarles es agua y una luz para poder recibirlos, después podemos ir colocando una manzana, un plátano. Al siguiente día una taza de café y así sucesivamente hasta llegar al día 1 o 2, que es cuando se colocan ya todos los alimentos, el pan, las naranjas, plátanos, coricos, guacabaqui, tamales, atole, todo eso”, expuso.
Sin embargo, pese a la maravillosa tradición yoreme, que vive de una manera enigmática, religiosa y única estas fechas, en Sinaloa, poco se conoce, incluso, se protegen más las tradiciones del sur del país.
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La última vez que se llevó a cabo la novena de las ánimas, a decir de Javier Gastélum, por las memorias que le fueron transmitidas por el rezador de los Ángeles del Triunfo, en Guasave, fue en 1980 en el pueblo de San Miguel Zapotitlán.
Incluso, Tehueco, de “Todos los Santos”, desde 1950, 1960, dejó de realizar el novenario y velación de sus muertos de acuerdo a la tradición yoreme, es por eso que, a través de Línea Directa, Javier Gastélum, busca que los pueblos yoremes y las autoridades en Sinaloa revivan las tradiciones regionales para que no se pierdan.