El campo mexicano desde siempre ha sido fértil en injusticias. No es casual que uno de los pilares en la Revolución del 1910, estaba en campesinos y pequeños productores que trabajaban la tierra sin poseerla, pagando altos precios por la “renta” de las parcelas o recibiendo bajos emolumentos por los esfuerzos de su oficio. En el México prerrevolucionario, los campesinos trabajan la tierra que no era de ellos, recibiendo migajas sobre la venta de sus cosechas, o el eterno endeudamiento en las “tiendas de raya”.
No es casual que Emiliano Zapata, líder del ejército “Libertadores del Sur” fuera un campesino, pequeño propietario, nacido en Anenecuilco, Morelos. Que se levantó en armas contra el gobierno de Porfirio Díaz, secundando el movimiento antireeleccionista de Francisco I. Madero, tomando por asalto las principales haciendas de Morelos y estados circunvecinos.
El triunfo de la Revolución trajo esperanza al sector campesino, la Constitución de 1917 intentó plasmar el ideario de los líderes cuya principal consigna era “la tierra es de quien la trabaja”, estandarte de resistencia y punto de partida para las reformas agrarias que llegarían varios años después, no sin antes dejar cientos de ejecuciones en el convulso periodo postrevolucionario.
La primera parte de la reforma agraria se consuma entre 1920 y 1934. En 1922 cundo comenzó el primer periodo de reformas que tenían como fin el reparto de tierras con “la dote”, que figuraban entre 3 y 5 hectáreas por familia para tierras de riego, y entre 4 a 6 hectáreas para terrenos de temporal. El Código Agrario de 1934, después el de 1942, y posteriormente el de 1946, fueron aumentando los deslindes de las dotaciones.
Después de un largo proceso de “el reparto agrario”, llegó en 1992 la última de las grandes reformas legislativas en la materia. Las reformas para “el desarrollo rural”, tomaron a los ejidos en calidad de sociedades propietarias, quedaban en plenitud de decisión en un modelo de asamblea, respecto a sus bienes, derechos, administración, organización y usufructo, esto trajo una recomposición en los valores de la tierra, y con ello una nueva relación de los productores con el gobierno.
Entre 1992 y 1994 nace el PROCAMPO, con programas directos para el apoyo de los campesinos, preponderantemente minifundistas productores de granos alimentarios. En 1997 se crea el PROGRESA, un programa de apoyo para productores golpeados por la crisis económica de 1994. La principal dependencia de los productores a los apoyos gubernamentales tiene su génesis moderna en este periodo, en los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
Los apoyos se conseguían a través de las ligas agrarias, de los líderes ensombrerados de la Confederación Nacional Campesina, que tenía además la función de “alinear” a los pequeños productores en sintonía del gobierno en turno. La transparencia en la asignación de los recursos era nula, y constantemente los agricultores favoritos del sistema recibían apoyos, sin tener ni una parcela de tierra sembrada. Mientras que los productores no alineados y generalmente más productivos, eran discriminados por no estar afiliados o alineados a la CNC, la rancia organización filial del PRI.
Hoy sabemos de la quiebra y próxima extinción de la Financiera Rural, de la que supimos por noticias que en Sinaloa perpetuó un fraude millonario a productores del norte del estado, que recibieron pagos que no enteraron a la institución. Ver marchar a los campesinos hoy, en la exigencia de precios de garantía, me recuerda el eterno drama del campo mexicano y los pequeños productores que desde siglos no ve la suya.
Ahora los líderes de sus movimientos los hicieron marchar por carreteras y calles, gastar diésel y gasolina para “protestar” para el cumplimiento de los acuerdos respecto al precio de sus cosechas de trigo y maíz blanco. Ahora, como antes, les tomaron el pelo, haciéndoles creer que la solución era una marcha, cuando en realidad los estaban reuniendo para un concierto de aplausos y elogios. ¡Y esas tierras del rincón, las sembré con un buey pando, se me reventó el barzón y sigue la yunta andando! ¡Y ahora vete a trabajar para que sigas abonando!… Luego le seguimos.