Del viejo aquel tengo vagos recuerdos. Era yo apenas un “plebe”, cuando el hombre cargaba ya a cuestas varias décadas de liviana existencia.
Era Don Plácido Sillas, quien falleciera a finales de los años 50s, ya entrado en años, y víctima de la entonces famosa “muerte repentina” hoy conocido como infarto al miocardio.
¿Pero, por qué decir que su existencia fue liviana?; Sencillamente, porque Plácido hizo siempre honor a su nombre, es decir, llevó una vida en muy placentera… Es decir con poca carga laboral a cuestas… Era un hombre de pocos mortificos, diría mi Nana.
Y es que, el tipo de marras nunca se distinguió precisamente por hacendoso y trabajador. Vivió su vida a su entera satisfacción.
Su misma madre lo aceptaba ante propios y extraños; “La verdad, “Placidito” nunca fue laborioso, decía con desenfado “Tia” Silvana Escobedo, viuda desde jovencita de Don Cruz Sillas.
Imposible dejar de señalar, que Doña Silvana, fue en el pueblo una mujer también muy popular, ya que realizaba sus quehaceres domésticos levantando polvaredas con su escoba de varas, y silbando siempre las melodías de su preferencia.
Pero, retomando al personaje central de la historia, habría que advertir que Plácido Sillas fue un hombre de muchos defectos, pero algunas virtudes.
Su mayor problema, es que el hombre desde su nacimiento fue flojo al extremo. “La chamba, es tan mala que hasta pagan por hacerla”, era su mayor argumento para no trabajar.
Era tan malo para “el jale”, que según comentaban los viejos de aquella época, el tipo era capaz de pedir el antídoto anti- veneno, antes de matar el alacrán, cuando miraba al arácnido acercarse al catre donde de día y de noche dormitaba.
¿Y su mayor virtud?. El haber conquistado el reconocimiento general por ser el hombre más mentiroso y divertido de toda la comarca.
El plantear, que decir mentiras es una virtud, quizá parezca y sea, una afirmación inadecuada y hasta burda, sin embargo, la manera en que el hombre entretenía, y divertía a quienes lo escuchaban convertía sus históricas tertulias anecdóticas en un arte.
Habría que escuchar las risotadas de aquellos rancheros que por las noches se reunían en el portal de aquella casa –abarrote, que operaba en el pueblo, y que prácticamente era convertida en la plazuela popular a la que todos acudían a platicar, jugar barajas, y careadas de cochi-bol, para darnos cuenta del nivel de mentiras que Plácido narraba.
Lo interesante de las cosas, es que Plácido Sillas siempre se creyó sus mentiras. Porque, según él, eran realidades vividas y sufridas en las correrías que realizaba por los montes en busca de los frutos que serían su alimento. Un mitómano en potencia.
Es importante destacar, dado el contenido y esencia de ésta columna, que en los días en que surge ésta narrativa, la fauna de nuestros montes era muy generosa en materia de producción de alimentos silvestres.
Y Plácido, era precisamente un amante de aquellos que consideraba verdaderos manjares, tales como los Guayparimes, huizaches, papaches, nanchis, capomos, cacaraguas, aguamas, zayas, camotes, y las pencas enmieladas de los panales que las abejas construían en los árboles y arbustos.
LA MADRE DE TODAS LAS MENTIRAS
Fue durante una de tantas noches que la ”raza” se había reunido en torno a la enramada de la casa central del poblado, cuando apareció en escena Plácido Sillas.
“Quiúbule mi Placido”… ¿Dónde te has metido que hace días no te habíamos visto?, le preguntó uno del grupo, no sin antes invitarlo a probar los cacahuates que ahí degustaban.
El convocado se acercó y “encuclillado” al más puro estilo ranchero, pero en silencio, empezaba a degustar las primeras leguminosas, cuando la pregunta rebotó en portón del abarrote y pegó directo en los tímpanos de Plácido Sillas.
¿Y el burro, donde lo dejaste?. La pregunta era obligada, ya que aquel aflojerado y mentiroso ranchero, siempre se movilizaba a lomo de un viejo burro, al que consideraba parte importante en su vida.
Ante la interrogante, Plácido se tragó el primer puño de cacahuates que ya masticaba, para responder.
“Macuchito”, (Nombre que le había impuesto al burro) está un poco enfermo y mejor lo dejé en el corral pa´que descanse y se reponga del susto y los golpes, dijo como respuesta, mientras pelaba otras vainas.
¿Y eso?…¿Qué le pasó a tu animal?.
“Pos´ casi nada loco, que el pobre animalito se llevó un susto de la chingada, y aparte, está muy “madriado” de todo el cuerpo.
Y entrando en razones, la mazorca de las mentiras que Plácido cargaba a cuestas se empezó a desgranar, mostrando la habilidad que aquel hombre había adquirido para dar vida a sus leyendas.
“Es que, hoy casi de madrugada me fui al monte a buscar algunos frutos para la botana, y por suerte me encontré unos aguamales ya maduros y bien cargados”, prosiguió el viejo aquel.
Sabedor de que estaba ya conquistada la atención de los asistentes, adoptó un tono pausado, y al más puro estilo de López Obrador, prosiguió su narrativa.
“, Ya localizadas las abundantes aguamas, amarré el burro del tronco de un mezquite, y me dispuse a cortarlas, sin darme cuenta y menos imaginarme que en esos momentos el burro estaba siendo atacado por un enorme y embravecido león.
Plácido, asegura que casi se desmaya de la impresión cuando regresó a buscar al burro y solo se encuentra el mecate humedecido, sin duda alguna por las babas de la fiera.
“Pero me repuse y seguí las “gueyas” del “Pinchi lión”, para ver si todavía encontraba con vida al burro”, asegura el “aguerrido” mentiroso.
“Y sí, asegura, como a dos kilómetros adelante y cerca del rio, estaba el Rey de la selva sentado debajo de unos grandes álamos, relamiéndose todavía los bigotes”.
“La verdad, plebes, yo me llené de coraje y con mi machete en la mano me le planté enfrente al León y ahí mismo de un tajo le corté la cabeza, le abrí la panza en canal y le saqué al burro”, refirió Don Plácido Sillas.
¿Y estaba vivo el burro?, le pregunta en coro el público que atónito escuchaba tan extraordinario relato.
“Si, aunque asustado y molido por la lucha con el león, afortunadamente el burro estaba vivo…
Yo, por cierto, cansado de tanto caminar y por el pleito que tuve con la fiera, me vine a la casa montado en el burro”, concluyó diciendo aquel intrépido habitante de un conocido rancho sinaloense.
LA METAFORA… No se por qué razón, al recordar ésta vieja anécdota de mi rancho, me vinieron a la mente algunas mentiras que en cascada se han vertido en los últimos días, con respecto al pago de las quincenas y aguinaldos a trabajadores del gobierno y la UAS, así como a jubilados y pensionados de ambas instituciones de gobierno… Hace algunas semanas el ex gobernador Quirino Ordaz había dicho que para esos pagos no habrá problema alguno…Luego el Presidente AMLO aseguró lo mismo… El secretario de Hacienda, así como el de gobernación federal prometieron solución al actual gobernador Rubén Rocha Moya, y éste lo anunció a los ansiosos trabajadores… Hasta éste día, los anuncios se han constituido en una cadena de mentiras… Mucha placidez… sin duda.